lunes, 30 de marzo de 2020

Tiempo de feminismo, de Celia Amorós


Creo que es justo comenzar este comentario diciendo que la autora me ha reconciliado con el feminismo. Desde hace ya mucho tiempo (incluso ya desde la adolescencia) pensaba, en un exceso de simplificación, que el feminismo era algo así como un machismo al revés, y decidí que me repelía tanto el uno como el otro. No ayudaba tampoco el hecho de que desde los medios de comunicación tendía a frivolizarse el tema. Los debates que podían verse por televisión eran una especie de puesta en escena de la “guerra de los sexos” inútil y estéril. Ahora veo que ese tipo de actuaciones forman parte de la estrategia de atacar la postura contraria frivolizándola, llevándola al terreno de lo banal, haciendo de ese modo que ni siquiera las propias mujeres se la tomen en serio.
Por todo esto debo admitir que encaré la lectura de este libro con cierta prevención. Incluso llegué a pensar antes de leer el libro que iba a tener muchas cosas que “discutir” con la autora, por estar en desacuerdo con ella. Pero pronto, ya en las primeras páginas, comprobé que mis temores eran infundados, que es posible hacer un feminismo constructivo y razonable, y que el feminismo es algo completamente diferente a un "machismo al revés”. En concreto ha sido particularmente revelador para mí no sólo el enlace del feminismo con el proyecto ilustrado, sino también el “test” que hace a conocidos filósofos acerca de sus ideas sobre el papel de la mujer en la sociedad (test en el que salen, en general, bastante mal parados). En este ensayo, la autora hace un análisis del feminismo en el pensamiento europeo y las diferentes etapas por las que ha pasado la concepción de la mujer en las correspondientes corrientes de pensamiento que se han ido sucediendo desde la Edad Media hasta nuestros días.
En este análisis, y al llegar al tratamiento dado por el feminismo desde el cartesianismo, la autora nos habla de un filósofo que yo juzgaría de adelantado a su época, injustamente eclipsado por la figura de Descartes: François Poulain de la Barre. El pensamiento de este filósofo es tomado por la autora como punto de partida de la propuesta que aparece a lo largo de todo el libro: un feminismo basado en ideas claras y distintas, críticamente moderno. En la página 112, la autora emplea una cita de Fourier, que me parece especialmente significativa: “El grado de emancipación femenina constituye la pauta natural de la emancipación general”. Considero que la situación en cada sociedad respecto a las diferencias de género es un test implacable acerca del nivel conseguido por ella. No se puede hablar de una sociedad libre si las mujeres no son libres en la misma medida que lo puedan ser los hombres. En todo caso habría que hablar de libertad “a medias”, pero…¿se le puede llamar realmente libertad si ésta depende del género al que se pertenece? Según este filósofo las mujeres poseen de forma innata el “bon sens”, y las invita a que “se atrevan a saber”. Para Poulain, la emancipación de las mujeres ha de tener efectos notables de calidad civilizatoria. Y yo iría más lejos: no se debería considerar que un pueblo ha salido de la barbarie hasta que la igualdad de sexos no sea una realidad.
Un detalle que honra a Poulain es, según la autora, que aquél no utiliza el discurso de l’excellence para regatear l’égalité, sino para legitimar la lucha de la mujer. No hay razón suficiente para que nadie incline su asentimiento ante nadie por pertenecer a un sexo en concreto. Un pensamiento realmente avanzado para su tiempo, y que invalida el argumento que disculpa a los filósofos de su tiempo de ser machistas porque vivían en una sociedad y una época machistas. Poulain es un ejemplo de filósofo que tuvo una actitud feminista hacia la mujer en un entorno que no favorecía demasiado ese pensamiento… y menos aún que éste procediera de un hombre.
La autora menciona también a Theodor von Hippel, contemporáneo de Kant, que mostró su decepción por lo cicatera que había sido la Revolución francesa con las mujeres. Hippel atribuye a la opresión del a mujer un lugar clave desde el punto de vista de los intereses emancipatorios de la humanidad. Insisto de nuevo en este punto: sin liberación de la mujer no se puede hablar de liberación de la humanidad.

La autora apuesta por completar el proyecto de la modernidad (que sólo rezó para uno de los sexos) y abandonar las incoherencias que desde entonces se siguen manteniendo. Hay que explorar lo que sucede si se hacen invisibles los roles de género. Esta es una empresa que hoy se antoja difícil, pero no imposible. En mi opinión, la educación es fundamental para hacer que estos roles sean transparentes y no influyan en el ámbito público, en nuestro desarrollo como seres sociales.
En su ensayo, Celia Amorós aborda brevemente la discriminación inversa o positiva, y coincido plenamente con su punto de vista: dada la situación, la discriminación inversa tiene sentido. He tenido la ocasión de escuchar muchos argumentos en contra (en muchos casos en boca de mujeres), argumentos que serían válidos si viviéramos en una situación de plena igualdad entre sexos: que hay que contar con las aptitudes de cada uno sin tener en cuenta el sexo al que pertenece, que un hombre brillante podría verse relegado por una mujer mediocre, etc. El problema es que estamos lejos de vivir en una sociedad ideal (aunque admito que estamos más cerca de lo ideal que otras sociedades) y que, partiendo de la premisa de que el talento está repartido entre los sexos por la sencilla razón de que nacer hombre o mujer no influye en el talento, no hay problema de que el talento global se vea perjudicado favoreciendo temporalmente a uno de los dos géneros, hasta ahora desfavorecido por las circunstancias. El día en que las mujeres tengan igualdad real de oportunidades…abandonemos la discriminación positiva, pues entonces no sólo no tendrá razón de ser, sino que será injusta.
Acerca de cómo conseguir que los valores ilustrados se apliquen a las mujeres igual que a los hombres, considero que (tal y como he mencionado anteriormente), la educación recibida en casa y en la escuela es esencial para ir estableciendo una igualdad real. Y también considero de vital importancia, no sólo para el bien de las mujeres sino para el de toda la humanidad, ganar a los hombres para esta causa. Pensemos que el hijo predilecto, el que siempre lo ha tenido todo mucho más fácil, difícilmente defiende a la “oveja negra” si no se le estimula de alguna manera en esa dirección, si no se le hace reflexionar sobre la injusticia de ciertas situaciones. Los cambios no vendrán por la vía del enfrentamiento sino por el de la persuasión.
He de admitir que son malos tiempos para los valores ilustrados (el postmodernismo no es sino un reflejo de la pérdida de valores sólidos que adolece a nuestra civilización occidental); la mayoría de personas van dando palos de ciego intentando buscar algo que dé sentido a sus vidas, acudiendo a los clavos ardiendo más peregrinos (léase astrología, new-age, culto al cuerpo, catastrofismo y un largo etcétera) De esto habla irónicamente y con mucho humor ácido el periodista británico Francis Wheen en su ensayo How Mumbo-Jumbo conquered the World[1], defendiendo justamente los valores ilustrados frente al pensamiento débil imperante. En tanto que los valores ilustrados no han sido realmente aplicados en todo su potencial, ya iría siendo hora de que se desplegaran. Ojalá el pos-posmodernismo (o como quiera que se llame la época que seguirá al posmodernismo) sea la época en que las mujeres dejen de ser en todo el mundo seres humanos de segunda para estar en pie de igualdad con los hombres. La humanidad entera saldrá beneficiada por ello.


[1] Editorial Harper Perennial, 2004

El gran hackeo

El documental de Netflix El gran hackeo me ha dado mucho que pensar sobre el papel actual de las redes sociales.

Seguro que os sonará la empresa británica Cambridge Analytica, que empleaba datos de Facebook para crear perfiles de votantes y, a partir de esos datos, generar campañas en Internet con el fin de favorecer a los candidatos que contrataban sus servicios. Uno de sus casos de éxito más sonados fue la victoria de Donald Trump, aunque también estuvieron detrás del resultado del referéndum a favor del Brexit (la salida de Reino Unido de la Unión Europea) y de otras elecciones en países más pequeños (como, por ejemplo, Trinidad y Tobago).

La empresa desapareció por el revuelo montado (aunque Facebook, el vendedor de toda esa información, no se vio afectado por nada de eso), pero eso no quiere decir que el peligro esté conjurado y que nuestros datos estén a salvo. De hecho, da miedo pensar en toda la información que los gigantes de Silicon Valley tienen de nosotros. La empresa Cambridge Analytica se jactaba de disponer de más de 5.000 elementos de información por persona de un conjunto de más de 30 millones de usuarios de las redes sociales (principalmente de Facebook).

Realmente no somos conscientes de que cada “me gusta”, cada “compartir”, cada comentario que ponemos en las redes sociales, cada foto que subimos, está relacionado con nuestro perfil y que Facebook (aunque también podemos decir lo mismo de Google, Instagram, Twitter, etc.) guarda toda esa información y tiene la capacidad no solo de gestionarla sino de relacionarla entre sí, y de ese modo construir una identidad digital casi idéntica a nuestra identidad real: qué nos gusta, qué nos hace reaccionar y compartir o comentar, qué compramos… Hace años que no podemos decir que la información es tanta que es inmanejable: el big data y la inteligencia artificial han hecho que esa información pueda manejarse y ser utilizada, y por lo tanto que sea tan valiosa como el oro. En esta era digital, quien tiene la información tiene el poder.

Hay una frase que siempre repito cuando hablo de las redes sociales: «Cuando un producto es gratis, es porque el producto eres tú». Creamos perfiles en las redes sociales y aceptamos las condiciones sin leerlas, y mucho menos la letra pequeña. Eso, aun siendo un asunto serio, es menos grave que la despreocupación que muchas personas demuestran en el uso de las redes, sobre todo los más jóvenes. No somos conscientes de que lo que se pone en Internet se queda allí para siempre, que cualquier posible empleador puede hacer una búsqueda de nuestro nombre en Internet y ahí pueden salir cosas que no querríamos que supieran.

Hemos entregado nuestra intimidad, nuestra privacidad y buena parte de nuestra identidad a los gigantes tecnológicos. Y a diferencia de la sociedad orwelliana de 1984, lo hemos hecho con alegría y comprando nosotros mismos los dispositivos con los que recopilan información sobre nosotros y que pueden servir también para controlar nuestros movimientos.

¿Qué podemos hacer frente a eso? Una de las personas en las que se centra el documental es David Carroll, profesor estadounidense que solicitó formalmente a Cambridge Analytica que le entregara toda la información que tuviera sobre él, petición que nunca respondieron. Ahora se dedica a presionar a las instituciones y los gobiernos para que consideren el derecho a nuestros propios datos como parte de los derechos humanos. Es un enfrentamiento desigual, por supuesto, pero hay que dar gracias a que haya personas como él y como otros que trabajaron desde dentro, como Britanny Kaiser y Christopler Wylie, que lo denunciaron pues se dieron cuenta de que lo que estaban haciendo era sencillamente ilegal e inmoral, aunque eso les supusiera multitud de problemas personales, laborales y de todo tipo.

No digo que tengamos que renunciar a los móviles y a las aplicaciones que tan útiles resultan para conectarnos. Por mucho que renunciáramos a estar conectados, hay muchos datos sobre nosotros que están digitalizados e informatizados: información sobre nuestra salud, sobre nuestro dinero, los impuestos que pagamos… la lista es larga. Y puesto que tenemos que vivir en sociedad, tener una identidad digital es el peaje que tenemos que pagar si queremos formar parte de ella, nos guste o no.

Simplemente hemos de ser conscientes de dónde estamos cuando usamos las redes sociales e Internet en general. No digamos nada de lo que nos podamos arrepentir. Evitemos en lo posible que sepan demasiado de nosotros: ellos (los dueños de las redes sociales) harán lo posible por sonsacarnos esa información. Pensemos que ese test aparentemente intrascendente que Facebook nos sugiere, o esas preguntas que nos invitan a responder para adornar nuestro perfil, no son preguntas inocentes. Pensemos dos veces cuando compartamos una noticia; hagamos todo lo posible por no propagar bulos.

En definitiva: estemos conscientes y despiertos

Las ECM y la muerte


El límite, del psiquiatra José Miguel Gaona, es un tratado muy exhaustivo en el que, aunque las ECM tienen una presencia importante, no son el tema principal sino que sirven para intentar asomarse a los límites del cerebro y de la consciencia. En esta obra se habla también sobre las llamadas EEC o experiencias extracorpóreas, que no siempre van ligadas a las ECM sino que pueden incluso ser provocadas a voluntad por la persona (en los llamados viajes astrales).
Siempre me han interesado las ECM por lo que puedan parecerse a la verdadera muerte, esa que nos espera a todos tarde o temprano. Hasta ahora pensaba que la muerte se debe parecer mucho a lo que muchos han experimentado como ECM debido a un accidente, ataque al corazón o experiencias similares. Pero ahora no lo tengo tan claro.
Sí que es cierto que las ECM son en su mayoría experiencias asombrosas en las que se ven y perciben cosas y seres que están más allá de lo que el cerebro puede percibir, y mucho menos cuando este se encuentra en estado de encefalograma plano. Por cierto, el autor se cuestiona este estado como criterio para determinar la muerte de una persona, ya que puede haber actividad cerebral, por pequeña que sea, que los encefalogramas actuales no son capaces de detectar. En este libro se habla de personas que en su experiencia ven objetos que no estaban en su alcance visual o a personas que estaban en otra habitación, y oyen lo que dicen otras personas cuando se supone que están inconscientes (por cierto, el oído es el último sentido que se “desconecta” cuando el cerebro se ve privado de oxígeno).
Pero quizá lo más espectacular de todas estas experiencias son esos elementos típicos de los que todos hemos oído hablar: ver la vida de uno proyectada a toda velocidad, el túnel de luz, la visita de un ser de luz o de familiares y amigos ya fallecidos, y ser conscientes de que si se pasa cierto umbral ya no será posible regresar al cuerpo. Y aunque es cierto que muchas de estas experiencias se repiten entre las personas que han experimentado una ECM, también es cierto que no todas las personas que han tenido una parada cardiorrespiratoria han tenido una ECM, y (lo que ha resultado muy clarificador para mí) que el tipo de experiencia depende mucho de la cultura en la que uno vive. Los elementos de una ECM en el mundo cristiano occidental no son los mismos que en culturas orientales o en África, por decir un par de ejemplos. Es como si se nos representara una obra de teatro diferente dependiendo de nuestro entorno cultural y social.
Pero el hecho de percibir realidades distintas, información que nuestro cerebro no podría captar de manera convencional, ¿es una prueba de que la verdadera muerte va a ser así? ¿O es simplemente un indicio de que en esas circunstancias se accede a una realidad que no podemos percibir? Cuando el cerebro está privado de oxígeno, ¿es la mente la que está percibiendo la realidad de otra forma? ¿Accedemos a otro nivel de consciencia en el momento de experimentar una ECM? ¿Hasta qué punto el cerebro, por muy desactivado que esté ante la falta de oxígeno, es capaz de crear percepciones distintas a las que tendríamos en un estado normal, de riego sanguíneo constante?
En este libro se habla de lesiones cerebrales en ciertas partes de nuestro cerebro que pueden provocar que la persona “sienta” presencias a sus espaldas o percepciones cruzadas (oír colores o ver sonidos). También se pueden experimentar EEC a través de ciertos aparatos electromagnéticos conectados a nuestro cerebro. Incluso el autor menciona que ha habido casos de presencias detectadas en edificios mal aislados eléctricamente o que tenían cerca una fuente electromagnética intensa.
Entonces, ¿tienen alguna explicación científica las ECM? Por lo que puedo deducir, no la tienen. Al menos no todas y tampoco se pueden reducir a una única explicación.
¿Son reales? No dudo de que lo sean, en absoluto, pero es necesario redefinir lo que entendemos por “realidad”. Como Shakespeare puso en boca de Hamlet, “Hay más cosas en el cielo y la tierraHoracio, que las que sospecha tu filosofía”. Me pregunto si esas experiencias nos conectan con una consciencia o mente colectiva que en nuestro estado normal de vigilia nos está vedada.
¿Son las ECM un “aperitivo” de lo que nos sucede en la muerte? Aunque la mayoría de las personas que han pasado por una ECM dejan de tener miedo a la muerte pues ha sido una experiencia que ven como positiva y muy esclarecedora, hay que tener en cuenta que nadie ha regresado de entre los muertos a explicarnos lo que sucede cuando morimos de verdad.
Por ejemplo, en El libro de Urantia se nos dice que permanecemos inconscientes desde el momento de morir hasta que despertamos en los mundos moronciales. No hablan de que salgamos del cuerpo, revisemos toda nuestra vida a toda velocidad y pasemos por un túnel de luz. ¿Quiere decir eso que no vamos a experimentar la muerte de esa forma? Pues tampoco, porque el libro no da todos los detalles sobre todo lo que dice.
De todas formas, tengo la impresión de que la muerte será diferente a una ECM, por el hecho de que se nos dice que el Ajustador se va, y él es el que guarda nuestros recuerdos y todos los valores que hemos ido atesorando. Nuestra mente perece con el cuerpo físico, así que tampoco tenemos una herramienta muy necesaria con la que analizar lo que nos pasa e interactuar con el entorno. En una ECM ese cordón umbilical de nuestra mente con el cerebro no se ha roto todavía, así que no podemos decir que la experiencia de la muerte vaya a ser igual.
Entonces, ¿tienen algún propósito las ECM? Creo que sí, pues en la mayoría de casos las personas que las han experimentado han cambiado el rumbo de su vida. No solo han dejado de temer a la muerte, sino que también han buscado un nuevo sentido a su vida y han pasado a interesarse en temas más espirituales y trascendentes. Es como si a ciertas personas se les diera la oportunidad de cambiar el rumbo con una escenificación de lo que nos espera al otro lado, aunque la muerte no transcurra realmente de esa forma.
Como en tantas otras cuestiones que se nos escapan no hay pruebas concluyentes, no hay certezas, y es la fe en esa otra realidad trascendente la que nos da el convencimiento de su existencia.


Gog (¿Qué hacer cuando el fin del mundo está cerca?)


La lectura de Gog, la novela de J.J. Benítez, me hizo reflexionar sobre una serie de cuestiones que me gustaría compartir aquí, y que son hasta cierto punto independientes de que vaya a suceder o no lo que se cuenta en la novela.

A los que no hayan leído Gog y quieran hacerlo les advierto que no sigan leyendo a partir de aquí, pues aunque no es mi intención dar muchos detalles les puedo estropear el hilo argumental. ¡El que avisa no es traidor!

Gog habla de que un cuerpo celeste se dirige hacia la Tierra en rumbo de colisión, que se prevé que se estrelle en mitad del Atlántico en agosto de 2027. Su tamaño (15 Km. de diámetro) hace que este choque tenga efectos apocalípticos y que una gran parte de la humanidad perezca en las primeras horas como consecuencia del impacto. Habla también de nueve años de oscuridad debido a las erupciones volcánicas y seísmos que seguirán al impacto y de que, transcurridos esos años, habrá algo así como un nuevo nacimiento y una nueva era en el planeta. Benítez se atreve a aventurar que esa nueva era se inaugurará con la segunda venida de Jesús de Nazaret.

Según escuché en una entrevista que hicieron a Benítez, hace años que tuvo acceso a la información relacionada con este cuerpo celeste y consideró que no podía mantenerla oculta. Eso sí, afirma haber incluido 17 detalles falsos «para restar credibilidad a la historia».

Por supuesto, según la novela el ejército de los EEUU está al tanto de todo esto desde hace años y tiene un plan para salvar a algunas personas en refugios a prueba de explosiones nucleares, terremotos y similares. Me temo, eso sí, que ni yo ni ninguno de los que estáis leyendo estas líneas estamos en la lista VIP.

Mientras iba avanzando en la lectura me daba cuenta de que la historia me resultaba muy familiar. No sé si por aquel refrán español que dice que «cuando el río suena, agua lleva» o porque muchos autores, fascinados por los relatos catastrofistas y las distopias, han recurrido a hecatombes planetarias parecidas a esta como punto de partida de sus historias. Creo que todos conocemos la película Armaggedon, en el que finalmente se conjura el peligro del asteroide que se dirige a la Tierra con bombas nucleares (por cierto, es la misma solución que baraja el ejército estadounidense en Gog), pero también recuerdo una novela de las más verosímiles que recuerdo sobre una catástrofe planetaria: El martillo de Lucifer, de Larry Niven y Jerry Pournelle, cuyo punto de partida es prácticamente idéntico (en este caso se trata de un cometa). En otra de sus novelas, La rebelión de Lucifer, Benítez hablaba de otro cuerpo (del tamaño de un planeta) que estaba cruzando el sistema solar en dirección a la Tierra, RA-6666, que visitaba nuestro planeta cada 6.666 años. Y en el mismo Gog, Benítez hace referencia a otro cuerpo celeste, al que llama Némesis, que se supone que es una estrella marrón a la que siguen 9 planetas y que también puede distorsionar la órbita de la Tierra y de otros planetas del sistema solar. Aunque después de los efectos del impacto de Gog, el paso de Némesis sería sin duda el menor de nuestros problemas. Por hacernos una idea, el asteroide que acabó con la vida de los dinosaurios era una piedrecita comparada con Gog.

Por mi parte, en mi novela La voz de lospioneros menciono también el llamado «Desastre», que no iba asociado a un asteroide pero en el que también se producen circunstancias parecidas (erupciones volcánicas, terremotos, falta de electricidad, etc.). Y esto solo son unos pocos ejemplos de muchas referencias literarias que están ahí. Quizá las musas están especialmente interesadas en transmitir algún mensaje a los escritores y por eso hay tantas aparentes coincidencias en las historias.

La mayoría de nosotros no somos conscientes del riesgo de que impacten cuerpos celestes contra la Tierra. Pensamos que el espacio es muy grande, y realmente lo es, pero hemos de recordar que la fuerza de la gravedad también influye para que los cuerpos celestes con más masa atraigan a otros más pequeños hacia ellos. De hecho hay astrónomos cuya tarea principal es vigilar los Objetos próximos a la Tierra (siglas NEO en inglés). De momento nos vamos librando, pero eso no es garantía de que no pase en algún momento.

Podríamos pensar que el choque de un asteroide de unos kilómetros de diámetro tendría un efecto local. ¡Nada de eso! Un choque como ese libera una energía descomunal que tiene efectos en todo el planeta. Aparte de que haya una «zona cero» del impacto en la que todo quedaría arrasado (seres vivos incluidos), nadie estaría a salvo. Pensemos en el polvo en suspensión que ocultaría el sol y crearía un «invierno nuclear». Las temperaturas caerían a plomo, las plantas no podrían hacer la fotosíntesis y morirían, y la mortandad seguiría a lo largo de la cadena alimentaria a los herbívoros, carnívoros y, por supuesto, los humanos.

Por no mencionar que sería el fin de la civilización tal como la conocemos. Sin comunicaciones y seguramente sin electricidad, con un Estado que brille por su ausencia, regresaríamos a la ley de la selva más rápidamente de lo que podríamos imaginar. ¿Quién iba a imponer la ley frente a los malhechores, a los asesinos, a los más fuertes?

¿Cómo podríamos librarnos de la barbarie y mantener un mínimo de civilización cuando todo a nuestro alrededor se derrumba? ¿Qué haríamos sin luz ni agua corriente en nuestros hogares durante días y días? ¿Actuaríamos apoyándonos mutuamente o seguiríamos la máxima del «sálvese quien pueda»?

¿Podemos seguir siendo altruistas cuando tenemos hambre y hay gente, también hambrienta, que pretende arrebatarnos la comida de las manos? ¿Qué haríamos cuando hubiera menos comida que personas?

El panorama que se presenta en el futuro cercano acerca de la salud del planeta ya es lo bastante incierto (por no decir sombrío) sin necesidad de que lo empeoremos con el impacto de un asteroide. La existencia ya tiene multitud de circunstancias naturales externas que escapan a nuestro control, pero como seres humanos dotados de libre albedrío sí podemos elegir cómo vamos a actuar frente a esas circunstancias.

Sería inútil angustiarse por lo que pueda pasar (y que igual no pasa), pero quizá no esté de más recordar que estamos en este mundo de paso y que en cualquier momento puede pasar algo que nos envíe al siguiente mundo de nuestro viaje.

No sé si el apocalipsis será en agosto de 2027, pero no estaría de más tener los ojos y los oídos bien abiertos y seguir confiando en nuestra guía interior y en que finalmente todo trabaja para el bien del universo.



¿Y nosotros qué?


Después de los comentarios realizados a raíz de la serie documental Wild Wild Country (ver aquí la primera y la segunda parte), creo que toca reflexionar sobre los peligros que corre todo movimiento de tipo espiritual de corromperse debido a asuntos que nada tienen que ver con la espiritualidad. Más concretamente quiero centrarme en el movimiento Urantia, relacionado con la difusión de las enseñanzas de El libro de Urantia, porque es el que mejor conozco y el que me interesa más pues estoy plenamente involucrada en él.

A priori, y teniendo en cuenta la situación a fecha de hoy, creo que el peligro está conjurado y no lo veo como una amenaza a corto plazo, pues los lectores que están actualmente en puestos de liderazgo no están por la labor de montar una comunidad, iglesia o cualquier institución apartada de la sociedad. Sí que es cierto que hay elementos aislados que han buscado crear una comunidad aparte (por ejemplo, Gabriel de Sedona), pero el resto del movimiento no responde por ellos y ninguna de las organizaciones Urantia existentes se adhiere ni apoya a ninguna de esas comunidades, que utilizan más bien las enseñanzas de Urantia como pretexto para crear comunidades que giran alrededor de líderes carismáticos y cuya función no es precisamente dar a conocer las enseñanzas del libro sino medrar para el bien del líder y sus acólitos (y sobre todo del líder).

Por cierto, no deja de llamarme la atención que en algunos círculos nos consideren una «secta benigna». De hecho una calificación así es un oxímoron, pues las sectas por definición no son benignas. Y desde luego no lo somos. Si así fuera, creedme: yo sería la primera en salir corriendo. Aunque tampoco busco que me creáis, sino que investiguéis por vosotros mismos si somos conocidos por nuestros buenos frutos o no.

Pero ¿existe el riesgo de convertirnos en una secta? Creo que ahora mismo no, pues el origen mismo del movimiento Urantia (El libro de Urantia) aboga por servir a los demás dentro de la sociedad y no apartados de ella. Además, no hay interpretaciones oficiales del libro ni doctores ni teólogos. En definitiva: no hay otras figuras de autoridad aparte de las que uno quiera otorgar a título personal (y eso tampoco sería deseable, pues lo que cuenta es lo que las enseñanzas del libro nos dicen a cada uno, no aceptar simplemente lo que le dice a otros). No hay más Maestro que aquel al que se le dio ese título mientras estuvo en la tierra como Jesús de Nazaret.

¿Significa eso que los que pertenecemos al movimiento Urantia podemos sacar pecho y estar tranquilos? ¡Por supuesto que no! Que no haya nadie ahora en el movimiento Urantia desempeñando el papel de líder carismático que pretenda erigirse como figura de autoridad no quiere decir que no pueda surgir en el futuro. Por ello me parece sumamente importante que los lectores seamos conscientes del peligro y estemos alerta para que tal cosa no suceda.

La revelación de El libro de Urantia es para hombres y mujeres nuevos, para buscadores de la Verdad que tengan la apertura de mente suficiente para aceptar de todo corazón sus enseñanzas, pero siempre pasadas por la razón. No tratamos de conseguir acólitos que nos sigan ciegamente, sino que invitamos a otros buscadores a que le den una oportunidad al libro y lo lean con la mente y el corazón abiertos.

Si después esas personas se ven movidas a participar en otras organizaciones de tipo social, político o religioso para desarrollar su manera particular de servir a sus semejantes, me parece perfecto y deseable. Cada uno de nosotros debe decidir de qué forma sirve a los demás, y no todos tenemos por qué hacerlo de la misma forma. Todos tenemos nuestros dones únicos que se ajustan a diferentes maneras de servir.

Soy consciente de que este movimiento (como ya comenté en las entradas anteriores) no es vistoso ni espectacular. No vestimos todos de la misma manera ni hay cánticos o ceremonias exclusivas de nuestro movimiento. Somos diversos, con diferentes ideologías políticas, diferente formación y diferentes entornos sociales y religiosos. No abogamos por los placeres sin freno ni por la libertad sin trabas (para que alguien sea totalmente libre, tiene que haber otro que sea totalmente esclavo), de modo que en una época como esta, de culto a los placeres y al hedonismo, no resultamos especialmente atractivos. Somos una minoría silenciosa que va creciendo poco a poco, de manera lenta pero segura. No buscamos fama ni notoriedad pública sino cambiar a los individuos, uno a uno, para transformar algún día a la humanidad entera. No buscamos la publicidad discriminada porque sabemos que las enseñanzas del libro se entregaron para toda la humanidad, pero no son para todo el mundo (no todavía). Nuestro Gran Líder vivió en la tierra hace dos mil años, y aunque murió en la carne sigue vivo y su espíritu permanece con nosotros desde entonces. Seguirlo es una prueba de lo que la fe viva hace en cada uno de nosotros.

¡Y encima es muy probable que no veamos los resultados de nuestro trabajo en los años que nos quedan de vida! No, desde luego que hay muchas personas a las que todo esto no les resulta nada atractivo, pero tampoco debemos atraerlos dándoles lo que piden (parafernalia, líderes carismáticos y licencia para entregarse a los placeres) porque entonces estaríamos traicionando el espíritu mismo de las enseñanzas del libro que estamos leyendo.

Ya sabemos lo que las Iglesias y otro tipo de organizaciones hacen con la Verdad. Creo que va siendo hora de probar otra fórmula, que es la que está llevando a cabo el movimiento Urantia: organizaciones de base lideradas por otro tipo de líderes, los líderes-servidores como contraposición a los líderes carismáticos y de autoridad que han sido la norma hasta ahora. Necesitamos muchos más de esos nuevos líderes, que no pierdan de vista el objetivo final (el progreso espiritual de la humanidad) ni los medios para llevarlo a cabo, que son tan importantes como los fines. Y sobre todo que sean conscientes de que las fórmulas viejas no valen, que hay que probar fórmulas nuevas para atraer a los buscadores a la verdad viva, no a las verdades muertas que no se practican en la vida diaria y que no sirven para nada.

Por nuestros frutos nos conocerán


Cuando escribí mi entrada Por sus frutos los conoceréis acerca de la serie Wild Wild Country, tuve más o menos claro que tenía que hacer una continuación. Al publicar este artículo en Facebook hubo cierta retroalimentación que fue muy interesante y que me dio pie a reflexionar sobre otras cuestiones que espero tratar aquí aunque sea brevemente. Hacía falta una segunda parte, así que vamos a ello.

En primer lugar, mis reflexiones me llevaron a plantearme esta cuestión: ¿Es bueno aceptar una doctrina aunque quien la propugne no sea tan bueno como su doctrina podría dar a entender? Dicho de otra forma: ¿se sostiene una doctrina por sí sola aunque el gurú/maestro que la predica deje mucho que desear como persona?

Es interesante ver cuál es la primera respuesta que nos viene a la mente. Mi primera respuesta es que no puedo seguir una doctrina cuyos seguidores no dan ejemplo. Pero también es cierto que toda doctrina/creencia/religión tiene un valor per se que va más allá de lo que sus maestros y seguidores practican.

Para que no se piense que siento una especial inquina por Osho, vamos por ejemplo al cristianismo, cuya historia y doctrina conozco mucho mejor. Como bien sabemos el cristianismo es una religión sobre Jesús que no se ajusta al cien por cien a la religión de Jesús, pero incluso con todas sus imperfecciones es la religión más progresiva que tenemos en el planeta. Por otro lado la Iglesia cristiana está muy dividida en diferentes ramas, con lo cual se da una visión de fragmentación y desunión que tampoco es lo que se dice ejemplar. Ahora parece que al menos no hay enfrentamientos entre las diferentes Iglesias cristianas, pero tampoco se dan pasos para unirlas bajo una sola ni se prevén en un futuro cercano.

Como educada en el catolicismo, y a pesar de que me fui alejando cada vez más de la Iglesia debido a la incoherencia que detectaba en su cuerpo doctrinal y en sus supuestos «doctores», algo me quedó (sobre todo de la importancia de la figura de Jesús de Nazaret), así que algo bueno tiene que perdura a pesar de las malas prácticas de algunos de sus seguidores.

Luego está claro que el ejemplo que se da ante el mundo importa, porque de lo contrario estamos haciendo una publicidad penosa de unas enseñanzas que por sí solas tendrían la capacidad de transformar el mundo. Sí que es cierto que hay que ser comprensivos con los demás y no exigir que sean unos santos o unos superhéroes libres de toda mancha (nadie es perfecto, y mucho menos en este mundo), pero también es verdad que si pertenecemos a un movimiento relacionado con la espiritualidad se nos supone unos mínimos de valores y una actitud que han de ser coherentes con aquello que defendemos. Como digo en el título, por nuestros frutos nos conocerán. La incoherencia (y la desunión) es algo que todo el mundo detecta enseguida, y no hay desautorización más potente que esa.

En el caso de la comunidad de Bhagwan/Osho, se da además el caso de que pretendieron fundar algo poniendo en práctica unas enseñanzas, en medio de una sociedad que se rige por normas y leyes establecidas y distintas a las suyas. Y no solo eso, sino que su plan era expandir las comunidades para que llegaran a todos los rincones del planeta, comunidades donde vivirían los nuevos hombres y las nuevas mujeres.

Es muy probable que si se hubieran centrado en vivir dentro de la comunidad no habrían pasado de ser unos hippies chalados que viven en un rancho y no molestan a nadie. Pero su error fue pretender expandirse, y ahí fue cuando la oposición del otro lado, al principio de baja intensidad, se convirtió en encarnizada y frontal. Y en lugar de convencer y seducir, lo que hicieron fue entrar en enfrentamiento directo con las mismas armas (figuradas y literales) que los del otro lado. Ese fue el principio del fin. Los otros utilizaron todas las armas legales y jurídicas (y si no las tenían se las inventaban) para desbaratar todo el proyecto, pues tenían el respaldo del poder del Estado. Y no pararon hasta conseguirlo.

Lo cual me lleva a otra cuestión, para la que ahora mismo tengo una respuesta muy clara: ¿qué es lo más efectivo, transformar la sociedad desde dentro (viviendo en ella como uno más) o desde fuera (en comunidades cerradas que se van expandiendo)? Para mí solo hay una forma, que es la primera opción. La segunda lleva al enfrentamiento del nosotros frente al ellos. Si los que aspiramos a transformar la sociedad vivimos en ella como uno más, todos somos nosotros, con todo lo que eso conlleva de evitar «cosificar» a los otros y considerarlos hermanos y hermanas tuyos, fines en sí mismos y no medios para obtener fines.

Vivir como nosotros sin otra diferenciación no tiene mucho atractivo a priori para muchos de los que buscan algo que dé sentido a su vida, pues no hay nada externo que marque, identifique o separe como pertenecientes a una organización/movimiento/comunidad, pero siempre he pensado que los cambios más efectivos en las sociedades son los que se llevan a cabo desde dentro. Hay un recelo muy interiorizado hacia lo diferente, sobre todo en lo que se refiere a aspectos externos y visibles, que impide que se acepte de buena gana lo que procede de los otros en cuanto que no son nosotros.

Vivir nuestra espiritualidad en la sociedad y no apartado de ella tiene la gran ventaja de aumentar nuestro abanico de experiencias, al tener que tratar con otras personas que no piensan ni actúan según los mismos valores que los nuestros. Nos da la oportunidad de servir a los demás de muchas maneras diferentes y de limar nuestras asperezas en el trato con nuestros semejantes.

Por supuesto, eso no impide que haya un efecto beneficioso en retirarse de vez en cuando del mundanal ruido o rodearse cada cierto tiempo de personas que están en la misma onda espiritual, pero aislarse no es bueno para nuestro progreso espiritual y nos impide compartir lo que vamos aprendiendo de la vida con los demás.


Por sus frutos los conoceréis (Wild Wild Country)


La serie-documental de Netflix Wild Wild Country sobre los hechos sucedidos en Antelope, un pequeño pueblo de Oregón (EEUU) relacionados con la instalación de una comunidad liderada por un gurú religioso, Bhagwan Rajneesh (que más adelante se hizo llamar Osho), me ha llevado a una serie de reflexiones que me gustaría compartir. Aparte de que la serie me pareció muy bien hecha por cómo narraba los hechos a través de testimonios de primera mano de ambas partes del conflicto, hubo muchas cosas que me hicieron reflexionar y comparar con el movimiento en el que estoy involucrada y que afortunadamente está en las antípodas de la comunidad de los seguidores de este gurú, del que de entrada afirmo con toda la rotundidad de la que soy capaz que es un falso profeta de los que todos deberíamos estar bien advertidos.

En primer lugar, me resulta fascinante cómo los seres humanos pueden seguir ciegamente y sin cuestionarse a otro ser humano como ellos, incluso cuando se trataba de cometer delitos tan graves como el asesinato o la intoxicación masiva de otras personas. Me alucinó comprobar que algunos de los protagonistas directos de aquella historia (no voy a dar detalles para que los veáis en la serie, si tenéis la posibilidad de hacerlo) seguían creyendo que aquel hombre era un santo al que merecía la pena seguir hasta el fin del mundo, hiciera lo que hiciera, y mantenían esa actitud después de haber pasado más de treinta años de aquellos hechos. Debo admitir que mientras los escuchaba me tiraba de los pelos y exclamaba: “¿Pero no os dais cuenta de que ese tipo se estaba aprovechando de todos vosotros?”.

Visto desde fuera cuesta creer que gente aparentemente culta y de buena formación cayeran de cuatro patas en una comunidad de esas características. No tengo ni idea de cuáles eran sus enseñanzas; en el documental apenas mencionan algo de eso y francamente tampoco tengo interés en saberlo, pues ya dijo un verdadero Maestro hace dos mil años “por sus frutos los conoceréis”. Pero lo que sí vi en todas sus declaraciones es que la espiritualidad brillaba por su ausencia y lo que sí se veía es mucho amor por lo material. Cualquier cosa que diga en sus libros me parecerá vacía de sentido, pues sus palabras y sus actos estaban completamente disociados. De nada sirven las bellas palabras si no hay actos que las respaldan. Y hasta las palabras que decía en ocasiones distaban mucho de ser bellas. ¿Acaso es bello decir que “no soy Jesús, si me golpean en la mejilla no voy a poner la otra”? Esa frase justificó el uso de las armas por parte de los miembros de la comunidad.

¿Realmente seguiríais como vuestro maestro espiritual a alguien que tiene 20 Rolls Royce, jets privados y lleva en la muñeca un reloj de un millón de dólares? Yo desde luego no. Si Jesús de Nazaret hubiera vivido en nuestro tiempo, ¿se manifestaría con todo ese despliegue de medios económicos y lujos? Estoy absolutamente segura de que no. Ni siquiera lo justifico como regalos de sus acólitos.

No sé si aquello se podría calificar de secta o no, pero el hecho de que todos vistieran del mismo color y estuvieran sonriendo constantemente no se ve muy normal. Justamente lo que más escalofríos daba a la gente del pueblo de Oregón donde se asentó la comuna era la mirada y la sonrisa de los miembros de la comunidad. Quizá ellos lo sentían realmente, pero desde fuera se veía falso como euro de madera. No parece que hubiera un lavado de cerebro como tal ni que se exigiera a todos los miembros que entregaran sus posesiones al gurú, pero a veces no hace falta recurrir a eso para que los miembros de la comunidad donen gustosamente todo lo que tienen.

No importa lo elevada que esté una persona, ¡jamás se la debe tratar como si se estuviera viendo a un ángel o a un dios! Ni siquiera Jesús de Nazaret quería que le llamaran santo. Y este tal Bhagwan permitía que le llamaran “Maestro” y todo ese tipo de veneración incondicional hacia su persona.

Otra de las cosas que me dio mucho que pensar fue el gran éxito que tuvo ese movimiento en captar a gente, sobre todo gente de occidente (os recuerdo que a día de hoy sigue habiendo comunidades basadas en la figura de Osho por todo el mundo). Realmente me doy cuenta de que son legión los que buscan un sentido a su existencia, y siguen sin pensarlo al que les da un sentido para vivir y con el que encima pueden disfrutar de los placeres sin restricciones (en la comunidad practicaban sexo libre). El gurú les daba exactamente lo que ellos pedían y muchos lo siguieron incondicionalmente. Era increíble ver cómo miraban los seguidores a su gurú cuando se dejaba ver ante ellos: parecía que estaban viendo a Dios en la Tierra. Occidente tiene una gran crisis de valores, y siempre hay quien está dispuesto a ofrecer un propósito para la vida a muy buen precio. Aunque ese precio siempre acaba saliendo caro.

La casualidad hizo que, el mismo día que terminé de ver la serie, leí este párrafo del libro El dominio mundial: Elementos del poder y claves geopolíticas, del coronel Pedro Baños:

 

Quienes tienen el poder saben aprovechar muy bien la inercia de las personas, una actitud que nos lleva a emular lo que vemos en los demás o lo que se supone que hace la mayoría. La peculiar característica de los seres humanos de contagiarnos los unos a los otros las ideas (impuestas por quienes nos controlan) nos llevan a dejarnos arrastrar e imitar al grupo”.

Mientras haya esa crisis de valores en nuestra civilización, habrá quien quiera lucrarse a costa de la necesidad de cubrir esa necesidad de sentido en nuestra vida. Pero hay que tener cuidado y seguir un criterio infalible: “Por sus frutos los conoceréis”.

Utopías y distopias


Siempre me he preguntado por qué las distopias nos atraen tanto.
Parece que ansiamos y a la vez tememos que el rumbo que lleva nuestra civilización nos lleve al desastre. Es como si sintiéramos una satisfacción secreta al ver lo feas que pueden ponerse las cosas ante una catástrofe natural de proporciones mundiales, ante la perspectiva de que nuestra sociedad degenere en un Estado autoritario y policial donde la libertad humana se vea reemplazada por la más abyecta de las esclavitudes, ante el panorama de un medio ambiente tóxico que haga casi imposible la supervivencia de la raza humana.

Incluso hay historias aparentemente utópicas que acaban siendo distopias. Es como si no nos creyéramos que las utopías son posibles, a pesar de la etimología misma de esa palabra inventada por el filósofo Tomás Moro y que hace referencia a un lugar que sencillamente no existe.

Creo que esta fascinación viene porque en el fondo sabemos que nuestra civilización lleva rumbo de colisión. Estamos en una huida hacia delante a bordo de un automóvil sin frenos y en cuesta abajo. Si bien es cierto que puede que disfrutemos de la velocidad y de la libertad que nos produce ir a todo gas, también sabemos que el choque es inexorable y entonces lamentaremos mucho haber llegado a eso... si es que para entonces tenemos la ocasión de lamentarlo.

Por otro lado, no podemos disociar esa fascinación de la que produce el mal, la maldad. Los personajes malos son los interesantes, los que seducen. La historia de la humanidad y la literatura está llena de seres malvados hasta límites insospechados, y seguro que conocemos muchos más nombres de personas y personajes malvados que de héroes y filántropos. Al menos estoy segura de que los nombres de los malos nos vienen enseguida a la mente, y para los buenos necesitamos pensar unos segundos más.
Deberíamos ver ese tipo de relatos catastróficos y lúgubres como un revulsivo, como un toque de atención para rectificar el rumbo y hacer lo posible para que el mundo que describen no llegue NUNCA a suceder.

¡No podemos permitirnos el lujo de ser pesimistas! Porque el pesimismo es en sí mismo contrario a la acción, y justamente lo que más necesitamos ahora es actuar para cambiar el rumbo. Cada uno desde nuestro ámbito de acción, desde nuestra humilde contribución.

De hecho, algo que nos debería dar esperanza (si no queremos echar mano de la palabra optimismo) es que la utopía está destinada a contradecir su propia etimología y hacerse realidad. Quizá ahora no la veamos factible (y creo sinceramente que ahora mismo no lo es), pero las cosas no van a seguir empeorando para siempre. En algún momento, cuando la noche sea más oscura, cuando no podamos caer más bajo, entonces aparecerán las primeras luces de un día mejor y empezaremos a ascender, lentamente y no sin dificultades, para salir del hoyo en el que nos encontremos.

El Despertar del que hablo en mi novela La voz de los pioneros está ahí, realmente sucederá. Si llegaremos a verlo en esta época... ¡quién sabe! La Historia (con mayúsculas) parece haberse acelerado desde el siglo XX hasta ahora, y creo que vamos a asistir a muchos cambios y transformaciones.
Pero no me atrevo a pronosticar nada más. ¡El ser humano es imprevisible, y los caminos de lo Alto mucho más!


Posverdad


Nunca han sido buenos tiempos para la Verdad, tenga mayúsculas o minúsculas, pero sí que es cierto que nunca como hasta hoy ha sido tan fácil disfrazar la mentira de verdad, con la inestimable ayuda de las redes sociales y las nuevas tecnologías. Si a eso le añadimos que vivimos en tiempos en los que no hay tiempo para la lectura sosegada y la reflexión, tenemos la tormenta perfecta.

Nunca en la historia de la humanidad las personas habían tenido tanto acceso a la información, pero justamente eso ha hecho que estemos empachados de datos. Nos quedamos en los titulares; un texto de más de 150 palabras ya nos parece demasiado largo. Y si no hay tiempo de leer la noticia entera, mucho menos se comprueba si esa noticia es cierta o no. Y eso, que ya es grave de por sí, no es menos grave que el hecho de que la compartimos porque lo que hemos leído ha provocado algún tipo de reacción emocional en nosotros, sin ejercer previamente un mínimo de espíritu crítico.

Y hablando de espíritu crítico, buena parte de la culpa de que sea difícil de encontrar entre nuestros congéneres es que la educación ha descuidado fuertemente este aspecto. ¿Consecuencia involuntaria o efecto deseado? Es difícil de determinar. Con todo, eso no sería tan catastrófico si en el seno familiar se fomentara cuestionar la información recibida y el espíritu crítico, como manera de compensar la carencia. Por desgracia, en muchos hogares no se lleva a cabo esa tarea, que requiere de tiempo y dedicación.

El mismo término “posverdad” tiene un aire al “doblepensar” que aparecía en la novela de Orwell 1984 que desde luego debería hacernos reflexionar. ¿Cómo puede contener una palabra justo lo contrario de lo que realmente significa? ¿Por qué lo llaman “posverdad” cuando quieren decir “mentira”? ¿Qué hay de verdad en la posverdad? No hay nada, en realidad, pero automáticamente nuestro cerebro no reacciona igual ante la palabra “mentira” que ante un eufemismo u otra palabra que incluso contiene “verdad”.

Atendiendo a lo que realmente significa “posverdad”, significaría “aquello que va después de la verdad o que está más allá”. ¿Qué hay más allá de la verdad? No puede ser la mentira ni hechos falsos o tergiversados, eso desde luego.

Es preciso estar con los oídos y los ojos bien abiertos, y en estos tiempos mucho más que nunca. La posverdad hace que la gente vote de una manera y no de otra, crea unas cosas y no otras, actúe de una manera y no de otra. Y la verdad, como dijo el Maestro, nos hará libres.

Cosa que no hace la posverdad.

El perdón

Imagen de Daniel Colombo

Desde que tengo uso de razón he tenido un gran sentido de la justicia, hasta tal punto de que me enojaba enormemente no solo ser víctima de una injusticia, sino de ver que otros lo eran. Quizá por eso me ha costado más comprender la necesidad de perdonar.

Perdonar es fácil cuando la otra persona reconoce su error y pide disculpas, pero ¿qué sucede cuando el que nos ofende, el que nos hace daño, ni siquiera se arrepiente? En ese caso es muy fácil guardar resentimiento y sentir que la herida no se ha cerrado. Al daño de la injusticia se le añade el daño de la ausencia de reparación, el «ni perdono ni olvido».

Nadie nos pide que olvidemos. Es más, tomado en su sentido literal, no hay que olvidar. Lo que hay que hacer es cerrar la herida y pasar página, seguir avanzando. Podemos recordar la ofensa, pero la veremos como algo del pasado que ya ha dejado de afectarnos. Perdonar es una liberación que aligera nuestra alma.

De hecho, la prueba de que amamos a nuestros semejantes es que podemos perdonarlos. «… cuando amáis a vuestro hermano, ya lo habéis perdonado…» (1898.4) 174:1.4

Tampoco hay que preguntarse si el que nos ha hecho daño merece nuestro perdón. Eso no nos corresponde a nosotros juzgarlo. Simplemente hay que perdonar porque necesitamos paz para seguir progresando. El odio es uno de los lastres que dificultan nuestro progreso. Si no perdonamos, si nos abandonamos al resentimiento, de alguna manera estamos perdiendo libre albedrío, pues otra persona está moldeando nuestros pensamientos.

Es cierto que hay cosas difíciles de perdonar. El mundo está lleno de situaciones en las que los seres humanos reciben heridas físicas y del alma que parecen imposibles de cerrar. Pero no podemos aferrarnos al pasado ni esperar que el karma o la justicia divina actúen cuando nosotros queremos (de la justicia humana mejor no hablamos).

En muchas ocasiones la justicia llegará cuando ni siquiera estemos en este mundo. Y no somos nosotros quien impartiremos justicia: ya hay otros seres allá arriba que se encargan de eso y ni siquiera es uno solo, sino varios. La justicia siempre se ejerce de manera colectiva.

Además, hemos de tener en cuenta que nuestra capacidad de perdonar será la vara de medir con que se nos perdonará a nosotros. Nos perdonarán en la medida en que seamos capaces de perdonar a nuestros semejantes.

«… El Padre que está en los cielos os ha perdonado incluso antes de que hayáis pensado en pedírselo, pero dicho perdón no está disponible en vuestra experiencia religiosa personal hasta el momento en que perdonáis a vuestros semejantes…» (1638.4) 146:2.4

Cuando somos demasiado estrictos con el obrar de otros, hemos de pararnos a pensar en si queremos que otros nos juzguen de la misma manera. ¿No queremos acaso que sean comprensivos con nosotros? Seamos entonces nosotros comprensivos con los demás, pues nos faltan elementos de juicio para tener una evaluación justa de sus actos.

Recordemos que no nos corresponde a nosotros juzgar.  Hay por ahí otros seres que sí tienen toda la información para realizar un veredicto, el más justo posible. ¡Dejemos que sean ellos quienes juzguen!

El día que dejamos de juzgar a los demás se produce una liberación. Si alguien ha realizado una mala acción, esa falta está en su «cuenta de resultados», no en la nuestra. Pero si no perdonamos, de alguna manera tenemos una parte de esa acción en nuestra propia cuenta. ¿Realmente queremos ir añadiendo «debes» a nuestra cuenta?



La economía del bien común, de Christian Felber


La economía del bien común es un libro muy interesante y recomendable porque apunta a un tipo de sistema más centrado en la cooperación y menos en la competencia, que tiene más en cuenta el bienestar de la sociedad y no la búsqueda del beneficio como un fin en sí mismo. El autor defiende un nuevo sistema económico que, sin dejar de ser capitalista (los medios de producción son privados) y sin suprimir los beneficios de la competencia, permite una mayor igualdad social y un mayor bienestar, por poca voluntad que exista de implantarlo.

El autor parte de la base de que el capitalismo actual está haciendo aguas, que la búsqueda de un mayor beneficio económico está causando daños irreparables al planeta. Constantemente estamos siendo testigos de crisis cíclicas del sistema económico-financiero que cada vez son más virulentas: la economía real hace décadas que ha perdido peso a favor de la llamada «economía de casino», de un sistema financiero puramente especulativo que hace que el capital se concentre cada vez más en menos manos y que con ello las desigualdades aumenten.

Frente a este agotamiento del sistema capitalista, el autor propone incluir el criterio del bien común en el funcionamiento de las empresas: el bien común quedaría definido según unos indicadores o criterios que se aplicarían a cualquier empresa u organización, como por ejemplo la paridad de salarios entre hombres y mujeres, las facilidades que otorga la empresa para conciliar la vida familiar con la laboral, si la empresa aplica criterios de sostenibilidad en la fabricación de bienes, etc. Las empresas con niveles más altos de bien común se verían beneficiadas en cuestiones fiscales, imagen corporativa y otros aspectos, de modo que las empresas con índices más bajos deberían esforzarse en subir en bien común para seguir en el mercado.

En este libro se habla además del modelo ideal de las empresas, en el que los trabajadores estarían implicados en su gestión y habría límites al salario de los ejecutivos, pues no hay justificación para los sueldos que se están viendo actualmente entre las multinacionales y grandes empresas en general. Sueldos que muchas veces no tienen nada que ver con la valía profesional y sí con favoritismos, devolución de favores, tráfico de influencias y otros factores.

El autor no solo habla de economía, sino que también aplica el bien común a la política: aboga por un modelo de democracia más participativo que el actual. Actualmente los ciudadanos simplemente votan cada equis años y no presionan al gobierno para que cumpla sus promesas o simplemente para recordarles a quiénes han de servir.

También se alude en el libro a una cuestión que me parece de capital importancia: si en nuestra vida familiar y personal actuamos según unos principios éticos, ¿por qué en las empresas y los bancos esos principios brillan por su ausencia? Tenemos aquí una especie de esquizofrenia: actúo de una forma en el ámbito privado y de otra forma totalmente opuesta en el ámbito público. Ese desdoblamiento es malsano y nos impide vivir en paz y armonía. Si se traslada a las empresas la misma ética que rige en la vida familiar y cotidiana, es fácil deducir que se resolverían muchos de los problemas actuales.

Si hay algo que me gusta de esta propuesta es que no es algo que se quede en la mera teoría o en el mero ideal: el bien común, si bien todavía a escala modesta, ya está empezando a implantarse en pequeñas empresas y ayuntamientos, y se ha demostrado que funciona.

Necesitaríamos muchos planetas como la Tierra para seguir con el ritmo depredador de las últimas décadas, así que la humanidad tiene que cambiar de rumbo porque de lo contrario iremos al colapso de la civilización. ¿Y qué mejor que frenar la máquina consumidora, optimizar recursos naturales y centrar nuestros esfuerzos en lo que verdaderamente importa? Para vivir una vida de calidad en la que podamos progresar en todos los niveles (físico, intelectual y espiritual) no es necesario consumir compulsivamente bienes materiales ni acumular dinero en el banco.

El planeta tiene los recursos suficientes para que todos podamos vivir esa vida de calidad, pero no si seguimos con un sistema injusto y manirroto.