miércoles, 1 de septiembre de 2021

Esa palabra que empieza por S

 

Últimamente he estado viendo vídeos de un canal de un joven catalán, Carles Tamayo, que se dedica a denunciar a sectas y «grupos coercitivos». Esta última denominación supongo que se ha acuñado porque normalmente asociamos las sectas con organizaciones religiosas o pseudorreligiosas, pero lo cierto es que hay grupos no relacionados con religiones que tienen comportamientos y estrategias de tipo sectario. Un ejemplo es el de IM Academy, una supuesta academia de trading online que en realidad encubre una estafa piramidal en toda regla. Aunque, bien mirado, y teniendo en cuenta que el dinero es dios para muchas personas, no deja de tener una connotación «religiosa» (esta última palabra, con muchas comillas).

Es triste ver cómo este tipo de organizaciones juegan con la desesperación y la ilusión de gente joven, que ven su futuro laboral cada vez más negro, con una crisis que no ha terminado (y que no lo hará, me temo), combinada con una pandemia mundial que no ha hecho sino empeorar su situación. Frente a este sombrío panorama aparece una organización que parece dar sentido a su vida, que les dice que pueden ser ricos en poco tiempo y con apenas esfuerzo. Tanto se lo creen que acaban alejándose de familia y amigos; la academia pasa a ser su familia, su círculo de amigos y, lo más importante, su razón de ser. Ante cualquier atisbo de crítica, los líderes de la academia les piden que confíen ciegamente y crean en ellos. Poco a poco les alejan de las personas que realmente les quieren y se preocupan por ellos, les aíslan, pasan a ser seguidores obedientes que solo viven para conseguir más seguidores. ¿Os suena? Es el típico comportamiento de una secta.

Este tipo de organizaciones aprovecha muy bien las debilidades de la psique humana. Por ejemplo, la disonancia cognitiva. Incluso cuando todo se desmorona (porque las estafas piramidales, tarde o temprano, acaban por derrumbarse como un castillo de naipes), la gran mayoría de los estafados se niega a creer que ha sido engañado. Han invertido demasiado tiempo y dinero como para reconocer sinceramente que han caído en una estafa. Por eso prefieren creer en las mentiras de sus mal llamados líderes, que cuando las cosas se ponen feas acaban poniendo pies en polvorosa y crean otra empresa para seguir con esas estafas piramidales que tan pingües beneficios les aportan. Las mentiras son el clavo ardiendo al que se aferran desesperadamente, hasta que finalmente la realidad acaba enfrentándolos a la dura verdad.

Es muy humano querer evitar el pensamiento de que somos estúpidos por caer en un engaño. Aunque todos somos susceptibles de ser engañados, y eso hasta cierto punto debería consolarnos (aunque sea al estilo del refrán «mal de muchos, consuelo de tontos»), en algún momento hay que ser lo bastante valientes y honrados con nosotros mismos para afrontar la realidad y admitir que nos han timado. El tiempo y dinero que nos han robado es simplemente el que nos ha costado aprender una lección que no debemos olvidar jamás.

Personalmente me llama la atención que existan ese tipo de sectas no religiosas, aunque entiendo que puedan existir debido a la falta de orientación y de valores que guíen la existencia de muchos, sobre todo de los más jóvenes. En el fondo, da igual que ese tipo de grupos coercitivos estén o no basados en una religión (mal llamada de esta forma), porque eso no deja de ser la excusa para subyugar a otros a unirse y a dar su tiempo y su dinero a la causa de los líderes de este tipo de organizaciones. Que haya tantos que sucumban a esos cantos de sirena es el síntoma de una enfermedad más profunda: la ausencia de una fundamentación sólida de los valores, que tengo muy claro que solo puede venir de un sitio: de la religión, entendida como experiencia personal con Dios.