jueves, 25 de junio de 2020

La fe y el pensamiento crítico

Hoy he leído un artículo de opinión sobre las conspiraciones y bulos que circulan a propósito del coronavirus, que termina con una frase que me ha dado mucho que pensar sobre la confusión que existe ahí fuera respecto a lo que es la fe:
"El pensamiento crítico es lo contrario de la fe."
 En primer lugar, me ha resultado esclarecedor que se oponga pensamiento crítico y fe. ¿Es que no se puede tener fe y pensamiento crítico a la vez? ¡Por supuesto que sí! Esta afirmación podría ser cierta si se añade un adjetivo a fe: "El pensamiento crítico es lo contrario de la fe ciega". ¡Ahí si que puedo estar de acuerdo!

Otra de las cosas que llama la atención es el hecho de usar la palabra fe en contextos que no tienen nada que ver con la religión. Fuera del contexto en el que debería utilizarse la palabra pierde su sentido, se la despoja de su trascendencia. Con la palabra fe ha pasado algo muy parecido a lo que ha sucedido con la palabra religión: ha perdido su significado original, se ha aplicado en contextos que poco o nada tienen que ver con lo religioso, con lo trascendente, y eso hace que exista una gran confusión sobre lo que significan realmente.

La fe es mucho más que confianza ciega en algo o en alguien, es el motor de una vida vivida con sentido. Y por supuesto, en esta vida es fundamental ejercer el pensamiento crítico frente a la saturación de información que recibimos continuamente desde todas partes. ¡En absoluto están contrapuestos fe y pensamiento crítico! La fe debe ser razonada y acorde al pensamiento lógico. La fe irracional y la fe ciega son hermanas gemelas.

Fe y creencia también se han confundido demasiadas veces. Puedo creer en la existencia de fenómenos paranormales aunque no haya experimentado ninguno, pero ¿a que sería absurdo que tuviera fe en los fenómenos paranormales? Tal como lo veo, la creencia es un mero asentimiento intelectual a ciertas afirmaciones; la fe es algo más profundo que eso; en cualquier caso es una creencia que sirve de motor a nuestra vida y a nuestras acciones. Si la fe no nos impulsa a vivir una vida plena y con sentido, es que no es fe: es una mera creencia que hemos aceptado por obediencia a la autoridad, por comodidad o por cualquier otro motivo mundano.

Vivamos la vida con pensamiento crítico, pero también con fe. Ambos dependen de nosotros y tenemos todas las herramientas necesarias para ejercerlos.

jueves, 4 de junio de 2020

El síndrome de la cabaña

Ahora que las medidas del confinamiento se están relajando poco a poco en mi país, se está empezando a hablar del llamado "síndrome de la cabaña", que no es otra cosa que resistirse a volver a salir a la calle y a reemprender la vida de antes de que llegara el coronavirus y nos lo trastocara todo.

Debo admitir que yo misma, después de estar en estricto confinamiento durante dos meses, no tengo ningunas ganas ni prisas por retomar la vida de antes. Mi casa es para mí un refugio donde me siento a salvo, no es una prisión sino un lugar acogedor y amistoso donde todo está bien.

Hay voces que estos días critican justamente que se hable de este síndrome, como poniendo un nombre asociado a un trastorno o a una enfermedad a algo que es perfectamente normal. Después de haber probado en carne propia cómo es vivir con lo básico, después de pasar más tiempo de calidad con la familia y de ser conscientes de lo que nos importan las personas de nuestro entorno (familia, amigos, trabajo, vecinos, etc.), después de hacer el trabajo en casa a nuestro propio ritmo e incluso de manera más eficiente que en la oficina, entiendo perfectamente que nadie tenga ganas de volver a lo de antes, donde vivíamos sometidos a la tiranía del reloj y de las prisas por llegar a los sitios.

¡Qué cierto era que a veces, antes del coronavirus, deseábamos que el tiempo se parara para poder hacer las cosas que realmente nos gustan! Y qué cierto es también el dicho de "ten cuidado con lo que deseas, porque se puede hacer realidad". Pues en este caso se cumplió: el mundo paró, todos nos vimos obligados a parar, y la experiencia, aun siendo terrible en muchos aspectos, sacó aspectos positivos que ni a mí ni a muchas otras personas nos gustaría perder.

No es un síndrome, no es un trastorno, no es una enfermedad: es el deseo de cambiar una vida y un sistema disfuncional por una vida más auténtica y sin necesidades ficticias. Ahora que hemos probado que es posible, lo que debemos pensar entre todos es en cómo ponerlo en práctica en la que se ha dado en llamar "nueva normalidad".