La serie-documental de Netflix Wild Wild Country sobre los hechos sucedidos en Antelope, un pequeño pueblo de Oregón (EEUU)
relacionados con la instalación de una comunidad liderada por un gurú religioso,
Bhagwan Rajneesh (que más adelante se hizo llamar Osho), me ha llevado a una serie de reflexiones que me gustaría compartir. Aparte de que la serie
me pareció muy bien hecha por cómo narraba los hechos a través de testimonios
de primera mano de ambas partes del conflicto, hubo muchas cosas que me
hicieron reflexionar y comparar con el movimiento en el que estoy involucrada y
que afortunadamente está en las antípodas de la comunidad de los seguidores de
este gurú, del que de entrada afirmo con toda la rotundidad de la que soy capaz
que es un falso profeta de los que todos deberíamos estar bien advertidos.
En
primer lugar, me resulta fascinante cómo los seres humanos pueden seguir
ciegamente y sin cuestionarse a otro ser humano como ellos, incluso cuando se
trataba de cometer delitos tan graves como el asesinato o la intoxicación
masiva de otras personas. Me alucinó comprobar que algunos de los protagonistas
directos de aquella historia (no voy a dar detalles para que los veáis en la
serie, si tenéis la posibilidad de hacerlo) seguían creyendo que aquel hombre
era un santo al que merecía la pena seguir hasta el fin del mundo, hiciera lo
que hiciera, y mantenían esa actitud después de haber pasado más de treinta
años de aquellos hechos. Debo admitir que mientras los escuchaba me tiraba de
los pelos y exclamaba: “¿Pero no os dais cuenta de que ese tipo se estaba
aprovechando de todos vosotros?”.
Visto
desde fuera cuesta creer que gente aparentemente culta y de buena formación
cayeran de cuatro patas en una comunidad de esas características. No tengo ni
idea de cuáles eran sus enseñanzas; en el documental apenas mencionan algo de
eso y francamente tampoco tengo interés en saberlo, pues ya dijo un verdadero
Maestro hace dos mil años “por sus frutos los conoceréis”. Pero lo que sí vi en
todas sus declaraciones es que la espiritualidad brillaba por su ausencia y lo
que sí se veía es mucho amor por lo material. Cualquier cosa que diga en sus
libros me parecerá vacía de sentido, pues sus palabras y sus actos estaban
completamente disociados. De nada sirven las bellas palabras si no hay actos
que las respaldan. Y hasta las palabras que decía en ocasiones distaban mucho
de ser bellas. ¿Acaso es bello decir que “no soy Jesús, si me golpean en la
mejilla no voy a poner la otra”? Esa frase justificó el uso de las armas por
parte de los miembros de la comunidad.
¿Realmente
seguiríais como vuestro maestro espiritual a alguien que tiene 20 Rolls Royce,
jets privados y lleva en la muñeca un reloj de un millón de dólares? Yo desde
luego no. Si Jesús de Nazaret hubiera vivido en nuestro tiempo, ¿se
manifestaría con todo ese despliegue de medios económicos y lujos? Estoy
absolutamente segura de que no. Ni siquiera lo justifico como regalos de sus
acólitos.
No
sé si aquello se podría calificar de secta o no, pero el hecho de que todos
vistieran del mismo color y estuvieran sonriendo constantemente no se ve muy
normal. Justamente lo que más escalofríos daba a la gente del pueblo de Oregón donde
se asentó la comuna era la mirada y la sonrisa de los miembros de la comunidad.
Quizá ellos lo sentían realmente, pero desde fuera se veía falso como euro de
madera. No parece que hubiera un lavado de cerebro como tal ni que se exigiera
a todos los miembros que entregaran sus posesiones al gurú, pero a veces no
hace falta recurrir a eso para que los miembros de la comunidad donen
gustosamente todo lo que tienen.
No
importa lo elevada que esté una persona, ¡jamás se la debe tratar como si se
estuviera viendo a un ángel o a un dios! Ni siquiera Jesús de Nazaret quería
que le llamaran santo. Y este tal Bhagwan permitía que le llamaran “Maestro” y
todo ese tipo de veneración incondicional hacia su persona.
Otra
de las cosas que me dio mucho que pensar fue el gran éxito que tuvo ese
movimiento en captar a gente, sobre todo gente de occidente (os recuerdo que a
día de hoy sigue habiendo comunidades basadas en la figura de Osho por todo el
mundo). Realmente me doy cuenta de que son legión los que buscan un sentido a
su existencia, y siguen sin pensarlo al que les da un sentido para vivir y con
el que encima pueden disfrutar de los placeres sin restricciones (en la
comunidad practicaban sexo libre). El gurú les daba exactamente lo que ellos
pedían y muchos lo siguieron incondicionalmente. Era increíble ver cómo miraban
los seguidores a su gurú cuando se dejaba ver ante ellos: parecía que estaban
viendo a Dios en la Tierra. Occidente tiene una gran crisis de valores, y
siempre hay quien está dispuesto a ofrecer un propósito para la vida a muy buen
precio. Aunque ese precio siempre acaba saliendo caro.
La casualidad hizo que, el mismo día que terminé de ver la serie, leí
este párrafo del libro El dominio mundial: Elementos del poder y
claves geopolíticas, del coronel Pedro Baños:
“Quienes tienen el poder saben aprovechar muy
bien la inercia de las personas, una actitud que nos lleva a emular lo que
vemos en los demás o lo que se supone que hace la mayoría. La peculiar
característica de los seres humanos de contagiarnos los unos a los otros las
ideas (impuestas por quienes nos controlan) nos llevan a dejarnos arrastrar e
imitar al grupo”.
Mientras
haya esa crisis de valores en nuestra civilización, habrá quien quiera lucrarse
a costa de la necesidad de cubrir esa necesidad de sentido en nuestra vida.
Pero hay que tener cuidado y seguir un criterio infalible: “Por sus frutos los
conoceréis”.
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