lunes, 30 de marzo de 2020

Por sus frutos los conoceréis (Wild Wild Country)


La serie-documental de Netflix Wild Wild Country sobre los hechos sucedidos en Antelope, un pequeño pueblo de Oregón (EEUU) relacionados con la instalación de una comunidad liderada por un gurú religioso, Bhagwan Rajneesh (que más adelante se hizo llamar Osho), me ha llevado a una serie de reflexiones que me gustaría compartir. Aparte de que la serie me pareció muy bien hecha por cómo narraba los hechos a través de testimonios de primera mano de ambas partes del conflicto, hubo muchas cosas que me hicieron reflexionar y comparar con el movimiento en el que estoy involucrada y que afortunadamente está en las antípodas de la comunidad de los seguidores de este gurú, del que de entrada afirmo con toda la rotundidad de la que soy capaz que es un falso profeta de los que todos deberíamos estar bien advertidos.

En primer lugar, me resulta fascinante cómo los seres humanos pueden seguir ciegamente y sin cuestionarse a otro ser humano como ellos, incluso cuando se trataba de cometer delitos tan graves como el asesinato o la intoxicación masiva de otras personas. Me alucinó comprobar que algunos de los protagonistas directos de aquella historia (no voy a dar detalles para que los veáis en la serie, si tenéis la posibilidad de hacerlo) seguían creyendo que aquel hombre era un santo al que merecía la pena seguir hasta el fin del mundo, hiciera lo que hiciera, y mantenían esa actitud después de haber pasado más de treinta años de aquellos hechos. Debo admitir que mientras los escuchaba me tiraba de los pelos y exclamaba: “¿Pero no os dais cuenta de que ese tipo se estaba aprovechando de todos vosotros?”.

Visto desde fuera cuesta creer que gente aparentemente culta y de buena formación cayeran de cuatro patas en una comunidad de esas características. No tengo ni idea de cuáles eran sus enseñanzas; en el documental apenas mencionan algo de eso y francamente tampoco tengo interés en saberlo, pues ya dijo un verdadero Maestro hace dos mil años “por sus frutos los conoceréis”. Pero lo que sí vi en todas sus declaraciones es que la espiritualidad brillaba por su ausencia y lo que sí se veía es mucho amor por lo material. Cualquier cosa que diga en sus libros me parecerá vacía de sentido, pues sus palabras y sus actos estaban completamente disociados. De nada sirven las bellas palabras si no hay actos que las respaldan. Y hasta las palabras que decía en ocasiones distaban mucho de ser bellas. ¿Acaso es bello decir que “no soy Jesús, si me golpean en la mejilla no voy a poner la otra”? Esa frase justificó el uso de las armas por parte de los miembros de la comunidad.

¿Realmente seguiríais como vuestro maestro espiritual a alguien que tiene 20 Rolls Royce, jets privados y lleva en la muñeca un reloj de un millón de dólares? Yo desde luego no. Si Jesús de Nazaret hubiera vivido en nuestro tiempo, ¿se manifestaría con todo ese despliegue de medios económicos y lujos? Estoy absolutamente segura de que no. Ni siquiera lo justifico como regalos de sus acólitos.

No sé si aquello se podría calificar de secta o no, pero el hecho de que todos vistieran del mismo color y estuvieran sonriendo constantemente no se ve muy normal. Justamente lo que más escalofríos daba a la gente del pueblo de Oregón donde se asentó la comuna era la mirada y la sonrisa de los miembros de la comunidad. Quizá ellos lo sentían realmente, pero desde fuera se veía falso como euro de madera. No parece que hubiera un lavado de cerebro como tal ni que se exigiera a todos los miembros que entregaran sus posesiones al gurú, pero a veces no hace falta recurrir a eso para que los miembros de la comunidad donen gustosamente todo lo que tienen.

No importa lo elevada que esté una persona, ¡jamás se la debe tratar como si se estuviera viendo a un ángel o a un dios! Ni siquiera Jesús de Nazaret quería que le llamaran santo. Y este tal Bhagwan permitía que le llamaran “Maestro” y todo ese tipo de veneración incondicional hacia su persona.

Otra de las cosas que me dio mucho que pensar fue el gran éxito que tuvo ese movimiento en captar a gente, sobre todo gente de occidente (os recuerdo que a día de hoy sigue habiendo comunidades basadas en la figura de Osho por todo el mundo). Realmente me doy cuenta de que son legión los que buscan un sentido a su existencia, y siguen sin pensarlo al que les da un sentido para vivir y con el que encima pueden disfrutar de los placeres sin restricciones (en la comunidad practicaban sexo libre). El gurú les daba exactamente lo que ellos pedían y muchos lo siguieron incondicionalmente. Era increíble ver cómo miraban los seguidores a su gurú cuando se dejaba ver ante ellos: parecía que estaban viendo a Dios en la Tierra. Occidente tiene una gran crisis de valores, y siempre hay quien está dispuesto a ofrecer un propósito para la vida a muy buen precio. Aunque ese precio siempre acaba saliendo caro.

La casualidad hizo que, el mismo día que terminé de ver la serie, leí este párrafo del libro El dominio mundial: Elementos del poder y claves geopolíticas, del coronel Pedro Baños:

 

Quienes tienen el poder saben aprovechar muy bien la inercia de las personas, una actitud que nos lleva a emular lo que vemos en los demás o lo que se supone que hace la mayoría. La peculiar característica de los seres humanos de contagiarnos los unos a los otros las ideas (impuestas por quienes nos controlan) nos llevan a dejarnos arrastrar e imitar al grupo”.

Mientras haya esa crisis de valores en nuestra civilización, habrá quien quiera lucrarse a costa de la necesidad de cubrir esa necesidad de sentido en nuestra vida. Pero hay que tener cuidado y seguir un criterio infalible: “Por sus frutos los conoceréis”.

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