El límite, del psiquiatra José Miguel Gaona, es un tratado muy exhaustivo
en el que, aunque las ECM tienen una presencia importante, no son el tema
principal sino que sirven para intentar asomarse a los límites del cerebro y
de la consciencia. En esta obra se habla también sobre las llamadas EEC o
experiencias extracorpóreas, que no siempre van ligadas a las ECM sino que
pueden incluso ser provocadas a voluntad por la persona (en los llamados viajes
astrales).
Siempre me han interesado las ECM por lo que puedan
parecerse a la verdadera muerte, esa que nos espera a todos tarde o temprano.
Hasta ahora pensaba que la muerte se debe parecer mucho a lo que muchos han
experimentado como ECM debido a un accidente, ataque al corazón o experiencias
similares. Pero ahora no lo tengo tan claro.
Sí que es cierto que las ECM son en su mayoría
experiencias asombrosas en las que se ven y perciben cosas y seres que están
más allá de lo que el cerebro puede percibir, y mucho menos cuando este se
encuentra en estado de encefalograma plano. Por cierto, el autor se cuestiona
este estado como criterio para determinar la muerte de una persona, ya que
puede haber actividad cerebral, por pequeña que sea, que los encefalogramas
actuales no son capaces de detectar. En este libro se habla de personas que en
su experiencia ven objetos que no estaban en su alcance visual o a personas que
estaban en otra habitación, y oyen lo que dicen otras personas cuando se supone
que están inconscientes (por cierto, el oído es el último sentido que se
“desconecta” cuando el cerebro se ve privado de oxígeno).
Pero quizá lo más espectacular de todas estas
experiencias son esos elementos típicos de los que todos hemos oído hablar: ver
la vida de uno proyectada a toda velocidad, el túnel de luz, la visita de un
ser de luz o de familiares y amigos ya fallecidos, y ser conscientes de que si se
pasa cierto umbral ya no será posible regresar al cuerpo. Y aunque es cierto
que muchas de estas experiencias se repiten entre las personas que han
experimentado una ECM, también es cierto que no todas las personas que han
tenido una parada cardiorrespiratoria han tenido una ECM, y (lo que ha
resultado muy clarificador para mí) que el tipo de experiencia depende mucho de
la cultura en la que uno vive. Los elementos de una ECM en el mundo cristiano
occidental no son los mismos que en culturas orientales o en África, por decir
un par de ejemplos. Es como si se nos representara una obra de teatro diferente
dependiendo de nuestro entorno cultural y social.
Pero el hecho de percibir realidades distintas,
información que nuestro cerebro no podría captar de manera convencional, ¿es
una prueba de que la verdadera muerte va a ser así? ¿O es simplemente un
indicio de que en esas circunstancias se accede a una realidad que no podemos
percibir? Cuando el cerebro está privado de oxígeno, ¿es la mente la que está
percibiendo la realidad de otra forma? ¿Accedemos a otro nivel de consciencia
en el momento de experimentar una ECM? ¿Hasta qué punto el cerebro, por muy
desactivado que esté ante la falta de oxígeno, es capaz de crear percepciones
distintas a las que tendríamos en un estado normal, de riego sanguíneo
constante?
En este libro se habla de lesiones cerebrales en ciertas
partes de nuestro cerebro que pueden provocar que la persona “sienta” presencias a
sus espaldas o percepciones cruzadas (oír colores o ver sonidos). También se
pueden experimentar EEC a través de ciertos aparatos electromagnéticos
conectados a nuestro cerebro. Incluso el autor menciona que ha habido casos de
presencias detectadas en edificios mal aislados eléctricamente o que tenían
cerca una fuente electromagnética intensa.
Entonces, ¿tienen alguna explicación científica las
ECM? Por lo que puedo deducir, no la tienen. Al menos no todas y tampoco se
pueden reducir a una única explicación.
¿Son reales? No dudo de que lo sean, en absoluto, pero
es necesario redefinir lo que entendemos por “realidad”. Como Shakespeare puso
en boca de Hamlet, “Hay más cosas en el cielo y
la tierra, Horacio, que las que
sospecha tu filosofía”. Me
pregunto si esas experiencias nos conectan con una consciencia o mente
colectiva que en nuestro estado normal de vigilia nos está vedada.
¿Son las ECM un “aperitivo” de lo
que nos sucede en la muerte? Aunque la mayoría de las personas que han pasado
por una ECM dejan de tener miedo a la muerte pues ha sido una experiencia que
ven como positiva y muy esclarecedora, hay que tener en cuenta que nadie ha
regresado de entre los muertos a explicarnos lo que sucede cuando morimos de
verdad.
Por ejemplo, en El libro de Urantia
se nos dice que permanecemos inconscientes desde el momento de morir hasta que
despertamos en los mundos moronciales. No hablan de que salgamos del cuerpo,
revisemos toda nuestra vida a toda velocidad y pasemos por un túnel de luz.
¿Quiere decir eso que no vamos a experimentar la muerte de esa forma? Pues
tampoco, porque el libro no da todos los detalles sobre todo lo que dice.
De todas formas, tengo la impresión
de que la muerte será diferente a una ECM, por el hecho de que se nos dice que
el Ajustador se va, y él es el que guarda nuestros recuerdos y todos los
valores que hemos ido atesorando. Nuestra mente perece con el cuerpo físico,
así que tampoco tenemos una herramienta muy necesaria con la que analizar lo
que nos pasa e interactuar con el entorno. En una ECM ese cordón umbilical de
nuestra mente con el cerebro no se ha roto todavía, así que no podemos decir
que la experiencia de la muerte vaya a ser igual.
Entonces, ¿tienen algún propósito las ECM? Creo que
sí, pues en la mayoría de casos las personas que las han experimentado han
cambiado el rumbo de su vida. No solo han dejado de temer a la muerte, sino que
también han buscado un nuevo sentido a su vida y han pasado a interesarse en
temas más espirituales y trascendentes. Es como si a ciertas personas se les
diera la oportunidad de cambiar el rumbo con una escenificación de lo que nos
espera al otro lado, aunque la muerte no transcurra realmente de esa forma.
Como en tantas otras cuestiones que se nos escapan no
hay pruebas concluyentes, no hay certezas, y es la fe en esa otra realidad
trascendente la que nos da el convencimiento de su existencia.
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