Cuando
escribí mi entrada Por sus frutos los conoceréis
acerca de la serie Wild Wild Country, tuve más o menos claro que tenía que
hacer una continuación. Al publicar este artículo en Facebook hubo cierta
retroalimentación que fue muy interesante y que me dio pie a reflexionar sobre
otras cuestiones que espero tratar aquí aunque sea brevemente. Hacía falta una
segunda parte, así que vamos a ello.
En
primer lugar, mis reflexiones me llevaron a plantearme esta cuestión: ¿Es bueno
aceptar una doctrina aunque quien la propugne no sea tan bueno como su doctrina
podría dar a entender? Dicho de otra forma: ¿se sostiene una doctrina por sí
sola aunque el gurú/maestro que la predica deje mucho que desear como persona?
Es
interesante ver cuál es la primera respuesta que nos viene a la mente. Mi
primera respuesta es que no puedo seguir una doctrina cuyos seguidores no dan
ejemplo. Pero también es cierto que toda doctrina/creencia/religión tiene un
valor per se que va más allá de lo
que sus maestros y seguidores practican.
Para
que no se piense que siento una especial inquina por Osho, vamos por ejemplo al
cristianismo, cuya historia y doctrina conozco mucho mejor. Como bien sabemos
el cristianismo es una religión sobre Jesús que no se ajusta al cien por cien a
la religión de Jesús, pero incluso con todas sus imperfecciones es la religión
más progresiva que tenemos en el planeta. Por otro lado la Iglesia cristiana
está muy dividida en diferentes ramas, con lo cual se da una visión de
fragmentación y desunión que tampoco es lo que se dice ejemplar. Ahora parece
que al menos no hay enfrentamientos entre las diferentes Iglesias cristianas,
pero tampoco se dan pasos para unirlas bajo una sola ni se prevén en un futuro
cercano.
Como
educada en el catolicismo, y a pesar de que me fui alejando cada vez más de la
Iglesia debido a la incoherencia que detectaba en su cuerpo doctrinal y en sus
supuestos «doctores», algo me quedó (sobre todo de la importancia de la figura
de Jesús de Nazaret), así que algo bueno tiene que perdura a pesar de las malas
prácticas de algunos de sus seguidores.
Luego
está claro que el ejemplo que se da ante el mundo importa, porque de lo
contrario estamos haciendo una publicidad penosa de unas enseñanzas que por sí
solas tendrían la capacidad de transformar el mundo. Sí que es cierto que hay
que ser comprensivos con los demás y no exigir que sean unos santos o unos
superhéroes libres de toda mancha (nadie es perfecto, y mucho menos en este
mundo), pero también es verdad que si pertenecemos a un movimiento relacionado
con la espiritualidad se nos supone unos mínimos de valores y una actitud que han
de ser coherentes con aquello que defendemos. Como digo en el título, por
nuestros frutos nos conocerán. La incoherencia (y la desunión) es algo que todo
el mundo detecta enseguida, y no hay desautorización más potente que esa.
En
el caso de la comunidad de Bhagwan/Osho, se da además el caso de que
pretendieron fundar algo poniendo en práctica unas enseñanzas, en medio de una
sociedad que se rige por normas y leyes establecidas y distintas a las suyas. Y
no solo eso, sino que su plan era expandir las comunidades para que llegaran a
todos los rincones del planeta, comunidades donde vivirían los nuevos hombres y
las nuevas mujeres.
Es
muy probable que si se hubieran centrado en vivir dentro de la comunidad no
habrían pasado de ser unos hippies chalados que viven en un rancho y no
molestan a nadie. Pero su error fue pretender expandirse, y ahí fue cuando la
oposición del otro lado, al principio de baja intensidad, se convirtió en
encarnizada y frontal. Y en lugar de convencer y seducir, lo que hicieron fue
entrar en enfrentamiento directo con las mismas armas (figuradas y literales)
que los del otro lado. Ese fue el principio del fin. Los otros utilizaron todas
las armas legales y jurídicas (y si no las tenían se las inventaban) para
desbaratar todo el proyecto, pues tenían el respaldo del poder del Estado. Y no
pararon hasta conseguirlo.
Lo
cual me lleva a otra cuestión, para la que ahora mismo tengo una respuesta muy
clara: ¿qué es lo más efectivo, transformar la sociedad desde dentro (viviendo
en ella como uno más) o desde fuera (en comunidades cerradas que se van
expandiendo)? Para mí solo hay una forma, que es la primera opción. La segunda
lleva al enfrentamiento del nosotros
frente al ellos. Si los que aspiramos
a transformar la sociedad vivimos en ella como uno más, todos somos nosotros, con todo lo que eso conlleva
de evitar «cosificar» a los otros y considerarlos hermanos y hermanas tuyos,
fines en sí mismos y no medios para obtener fines.
Vivir
como nosotros sin otra diferenciación
no tiene mucho atractivo a priori para muchos de los que buscan algo que dé
sentido a su vida, pues no hay nada externo que marque, identifique o separe
como pertenecientes a una organización/movimiento/comunidad, pero siempre he pensado
que los cambios más efectivos en las sociedades son los que se llevan a cabo
desde dentro. Hay un recelo muy interiorizado hacia lo diferente, sobre todo en
lo que se refiere a aspectos externos y visibles, que impide que se acepte de
buena gana lo que procede de los otros
en cuanto que no son nosotros.
Vivir
nuestra espiritualidad en la sociedad y no apartado de ella tiene la gran
ventaja de aumentar nuestro abanico de experiencias, al tener que tratar con
otras personas que no piensan ni actúan según los mismos valores que los
nuestros. Nos da la oportunidad de servir a los demás de muchas maneras
diferentes y de limar nuestras asperezas en el trato con nuestros semejantes.
Por
supuesto, eso no impide que haya un efecto beneficioso en retirarse de vez en
cuando del mundanal ruido o rodearse cada cierto tiempo de personas que están
en la misma onda espiritual, pero aislarse no es bueno para nuestro progreso
espiritual y nos impide compartir lo que vamos aprendiendo de la vida con los
demás.
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