lunes, 30 de marzo de 2020

Por nuestros frutos nos conocerán


Cuando escribí mi entrada Por sus frutos los conoceréis acerca de la serie Wild Wild Country, tuve más o menos claro que tenía que hacer una continuación. Al publicar este artículo en Facebook hubo cierta retroalimentación que fue muy interesante y que me dio pie a reflexionar sobre otras cuestiones que espero tratar aquí aunque sea brevemente. Hacía falta una segunda parte, así que vamos a ello.

En primer lugar, mis reflexiones me llevaron a plantearme esta cuestión: ¿Es bueno aceptar una doctrina aunque quien la propugne no sea tan bueno como su doctrina podría dar a entender? Dicho de otra forma: ¿se sostiene una doctrina por sí sola aunque el gurú/maestro que la predica deje mucho que desear como persona?

Es interesante ver cuál es la primera respuesta que nos viene a la mente. Mi primera respuesta es que no puedo seguir una doctrina cuyos seguidores no dan ejemplo. Pero también es cierto que toda doctrina/creencia/religión tiene un valor per se que va más allá de lo que sus maestros y seguidores practican.

Para que no se piense que siento una especial inquina por Osho, vamos por ejemplo al cristianismo, cuya historia y doctrina conozco mucho mejor. Como bien sabemos el cristianismo es una religión sobre Jesús que no se ajusta al cien por cien a la religión de Jesús, pero incluso con todas sus imperfecciones es la religión más progresiva que tenemos en el planeta. Por otro lado la Iglesia cristiana está muy dividida en diferentes ramas, con lo cual se da una visión de fragmentación y desunión que tampoco es lo que se dice ejemplar. Ahora parece que al menos no hay enfrentamientos entre las diferentes Iglesias cristianas, pero tampoco se dan pasos para unirlas bajo una sola ni se prevén en un futuro cercano.

Como educada en el catolicismo, y a pesar de que me fui alejando cada vez más de la Iglesia debido a la incoherencia que detectaba en su cuerpo doctrinal y en sus supuestos «doctores», algo me quedó (sobre todo de la importancia de la figura de Jesús de Nazaret), así que algo bueno tiene que perdura a pesar de las malas prácticas de algunos de sus seguidores.

Luego está claro que el ejemplo que se da ante el mundo importa, porque de lo contrario estamos haciendo una publicidad penosa de unas enseñanzas que por sí solas tendrían la capacidad de transformar el mundo. Sí que es cierto que hay que ser comprensivos con los demás y no exigir que sean unos santos o unos superhéroes libres de toda mancha (nadie es perfecto, y mucho menos en este mundo), pero también es verdad que si pertenecemos a un movimiento relacionado con la espiritualidad se nos supone unos mínimos de valores y una actitud que han de ser coherentes con aquello que defendemos. Como digo en el título, por nuestros frutos nos conocerán. La incoherencia (y la desunión) es algo que todo el mundo detecta enseguida, y no hay desautorización más potente que esa.

En el caso de la comunidad de Bhagwan/Osho, se da además el caso de que pretendieron fundar algo poniendo en práctica unas enseñanzas, en medio de una sociedad que se rige por normas y leyes establecidas y distintas a las suyas. Y no solo eso, sino que su plan era expandir las comunidades para que llegaran a todos los rincones del planeta, comunidades donde vivirían los nuevos hombres y las nuevas mujeres.

Es muy probable que si se hubieran centrado en vivir dentro de la comunidad no habrían pasado de ser unos hippies chalados que viven en un rancho y no molestan a nadie. Pero su error fue pretender expandirse, y ahí fue cuando la oposición del otro lado, al principio de baja intensidad, se convirtió en encarnizada y frontal. Y en lugar de convencer y seducir, lo que hicieron fue entrar en enfrentamiento directo con las mismas armas (figuradas y literales) que los del otro lado. Ese fue el principio del fin. Los otros utilizaron todas las armas legales y jurídicas (y si no las tenían se las inventaban) para desbaratar todo el proyecto, pues tenían el respaldo del poder del Estado. Y no pararon hasta conseguirlo.

Lo cual me lleva a otra cuestión, para la que ahora mismo tengo una respuesta muy clara: ¿qué es lo más efectivo, transformar la sociedad desde dentro (viviendo en ella como uno más) o desde fuera (en comunidades cerradas que se van expandiendo)? Para mí solo hay una forma, que es la primera opción. La segunda lleva al enfrentamiento del nosotros frente al ellos. Si los que aspiramos a transformar la sociedad vivimos en ella como uno más, todos somos nosotros, con todo lo que eso conlleva de evitar «cosificar» a los otros y considerarlos hermanos y hermanas tuyos, fines en sí mismos y no medios para obtener fines.

Vivir como nosotros sin otra diferenciación no tiene mucho atractivo a priori para muchos de los que buscan algo que dé sentido a su vida, pues no hay nada externo que marque, identifique o separe como pertenecientes a una organización/movimiento/comunidad, pero siempre he pensado que los cambios más efectivos en las sociedades son los que se llevan a cabo desde dentro. Hay un recelo muy interiorizado hacia lo diferente, sobre todo en lo que se refiere a aspectos externos y visibles, que impide que se acepte de buena gana lo que procede de los otros en cuanto que no son nosotros.

Vivir nuestra espiritualidad en la sociedad y no apartado de ella tiene la gran ventaja de aumentar nuestro abanico de experiencias, al tener que tratar con otras personas que no piensan ni actúan según los mismos valores que los nuestros. Nos da la oportunidad de servir a los demás de muchas maneras diferentes y de limar nuestras asperezas en el trato con nuestros semejantes.

Por supuesto, eso no impide que haya un efecto beneficioso en retirarse de vez en cuando del mundanal ruido o rodearse cada cierto tiempo de personas que están en la misma onda espiritual, pero aislarse no es bueno para nuestro progreso espiritual y nos impide compartir lo que vamos aprendiendo de la vida con los demás.


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