lunes, 30 de marzo de 2020

¿Y nosotros qué?


Después de los comentarios realizados a raíz de la serie documental Wild Wild Country (ver aquí la primera y la segunda parte), creo que toca reflexionar sobre los peligros que corre todo movimiento de tipo espiritual de corromperse debido a asuntos que nada tienen que ver con la espiritualidad. Más concretamente quiero centrarme en el movimiento Urantia, relacionado con la difusión de las enseñanzas de El libro de Urantia, porque es el que mejor conozco y el que me interesa más pues estoy plenamente involucrada en él.

A priori, y teniendo en cuenta la situación a fecha de hoy, creo que el peligro está conjurado y no lo veo como una amenaza a corto plazo, pues los lectores que están actualmente en puestos de liderazgo no están por la labor de montar una comunidad, iglesia o cualquier institución apartada de la sociedad. Sí que es cierto que hay elementos aislados que han buscado crear una comunidad aparte (por ejemplo, Gabriel de Sedona), pero el resto del movimiento no responde por ellos y ninguna de las organizaciones Urantia existentes se adhiere ni apoya a ninguna de esas comunidades, que utilizan más bien las enseñanzas de Urantia como pretexto para crear comunidades que giran alrededor de líderes carismáticos y cuya función no es precisamente dar a conocer las enseñanzas del libro sino medrar para el bien del líder y sus acólitos (y sobre todo del líder).

Por cierto, no deja de llamarme la atención que en algunos círculos nos consideren una «secta benigna». De hecho una calificación así es un oxímoron, pues las sectas por definición no son benignas. Y desde luego no lo somos. Si así fuera, creedme: yo sería la primera en salir corriendo. Aunque tampoco busco que me creáis, sino que investiguéis por vosotros mismos si somos conocidos por nuestros buenos frutos o no.

Pero ¿existe el riesgo de convertirnos en una secta? Creo que ahora mismo no, pues el origen mismo del movimiento Urantia (El libro de Urantia) aboga por servir a los demás dentro de la sociedad y no apartados de ella. Además, no hay interpretaciones oficiales del libro ni doctores ni teólogos. En definitiva: no hay otras figuras de autoridad aparte de las que uno quiera otorgar a título personal (y eso tampoco sería deseable, pues lo que cuenta es lo que las enseñanzas del libro nos dicen a cada uno, no aceptar simplemente lo que le dice a otros). No hay más Maestro que aquel al que se le dio ese título mientras estuvo en la tierra como Jesús de Nazaret.

¿Significa eso que los que pertenecemos al movimiento Urantia podemos sacar pecho y estar tranquilos? ¡Por supuesto que no! Que no haya nadie ahora en el movimiento Urantia desempeñando el papel de líder carismático que pretenda erigirse como figura de autoridad no quiere decir que no pueda surgir en el futuro. Por ello me parece sumamente importante que los lectores seamos conscientes del peligro y estemos alerta para que tal cosa no suceda.

La revelación de El libro de Urantia es para hombres y mujeres nuevos, para buscadores de la Verdad que tengan la apertura de mente suficiente para aceptar de todo corazón sus enseñanzas, pero siempre pasadas por la razón. No tratamos de conseguir acólitos que nos sigan ciegamente, sino que invitamos a otros buscadores a que le den una oportunidad al libro y lo lean con la mente y el corazón abiertos.

Si después esas personas se ven movidas a participar en otras organizaciones de tipo social, político o religioso para desarrollar su manera particular de servir a sus semejantes, me parece perfecto y deseable. Cada uno de nosotros debe decidir de qué forma sirve a los demás, y no todos tenemos por qué hacerlo de la misma forma. Todos tenemos nuestros dones únicos que se ajustan a diferentes maneras de servir.

Soy consciente de que este movimiento (como ya comenté en las entradas anteriores) no es vistoso ni espectacular. No vestimos todos de la misma manera ni hay cánticos o ceremonias exclusivas de nuestro movimiento. Somos diversos, con diferentes ideologías políticas, diferente formación y diferentes entornos sociales y religiosos. No abogamos por los placeres sin freno ni por la libertad sin trabas (para que alguien sea totalmente libre, tiene que haber otro que sea totalmente esclavo), de modo que en una época como esta, de culto a los placeres y al hedonismo, no resultamos especialmente atractivos. Somos una minoría silenciosa que va creciendo poco a poco, de manera lenta pero segura. No buscamos fama ni notoriedad pública sino cambiar a los individuos, uno a uno, para transformar algún día a la humanidad entera. No buscamos la publicidad discriminada porque sabemos que las enseñanzas del libro se entregaron para toda la humanidad, pero no son para todo el mundo (no todavía). Nuestro Gran Líder vivió en la tierra hace dos mil años, y aunque murió en la carne sigue vivo y su espíritu permanece con nosotros desde entonces. Seguirlo es una prueba de lo que la fe viva hace en cada uno de nosotros.

¡Y encima es muy probable que no veamos los resultados de nuestro trabajo en los años que nos quedan de vida! No, desde luego que hay muchas personas a las que todo esto no les resulta nada atractivo, pero tampoco debemos atraerlos dándoles lo que piden (parafernalia, líderes carismáticos y licencia para entregarse a los placeres) porque entonces estaríamos traicionando el espíritu mismo de las enseñanzas del libro que estamos leyendo.

Ya sabemos lo que las Iglesias y otro tipo de organizaciones hacen con la Verdad. Creo que va siendo hora de probar otra fórmula, que es la que está llevando a cabo el movimiento Urantia: organizaciones de base lideradas por otro tipo de líderes, los líderes-servidores como contraposición a los líderes carismáticos y de autoridad que han sido la norma hasta ahora. Necesitamos muchos más de esos nuevos líderes, que no pierdan de vista el objetivo final (el progreso espiritual de la humanidad) ni los medios para llevarlo a cabo, que son tan importantes como los fines. Y sobre todo que sean conscientes de que las fórmulas viejas no valen, que hay que probar fórmulas nuevas para atraer a los buscadores a la verdad viva, no a las verdades muertas que no se practican en la vida diaria y que no sirven para nada.

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