Creo que es justo comenzar este comentario diciendo que la autora me ha
reconciliado con el feminismo. Desde hace ya mucho tiempo (incluso ya desde la
adolescencia) pensaba, en un exceso de simplificación, que el feminismo era
algo así como un machismo al revés, y decidí que me repelía tanto el uno como
el otro. No ayudaba tampoco el hecho de que desde los medios de comunicación
tendía a frivolizarse el tema. Los debates que podían verse por televisión eran
una especie de puesta en escena de la “guerra de los sexos” inútil y estéril.
Ahora veo que ese tipo de actuaciones forman parte de la estrategia de atacar
la postura contraria frivolizándola, llevándola al terreno de lo banal,
haciendo de ese modo que ni siquiera las propias mujeres se la tomen en serio.
Por todo esto debo admitir que encaré la lectura de este libro con cierta
prevención. Incluso llegué a pensar antes de leer el libro que iba a tener
muchas cosas que “discutir” con la autora, por estar en desacuerdo con ella.
Pero pronto, ya en las primeras páginas, comprobé que mis temores eran
infundados, que es posible hacer un feminismo constructivo y razonable, y que
el feminismo es algo completamente diferente a un "machismo al revés”. En
concreto ha sido particularmente revelador para mí no sólo el enlace del
feminismo con el proyecto ilustrado, sino también el “test” que hace a
conocidos filósofos acerca de sus ideas sobre el papel de la mujer en la
sociedad (test en el que salen, en general, bastante mal parados). En este
ensayo, la autora hace un análisis del feminismo en el pensamiento europeo y
las diferentes etapas por las que ha pasado la concepción de la mujer en las
correspondientes corrientes de pensamiento que se han ido sucediendo desde la
Edad Media hasta nuestros días.
En este análisis, y al llegar al tratamiento dado por el feminismo desde el
cartesianismo, la autora nos habla de un filósofo que yo juzgaría de adelantado
a su época, injustamente eclipsado por la figura de Descartes: François Poulain
de la Barre. El pensamiento de este filósofo es tomado por la autora como punto
de partida de la propuesta que aparece a lo largo de todo el libro: un
feminismo basado en ideas claras y distintas, críticamente moderno. En la página
112, la autora emplea una cita de Fourier, que me parece especialmente
significativa: “El grado de emancipación femenina constituye la pauta natural
de la emancipación general”. Considero que la situación en cada sociedad
respecto a las diferencias de género es un test implacable acerca del nivel
conseguido por ella. No se puede hablar de una sociedad libre si las mujeres no
son libres en la misma medida que lo puedan ser los hombres. En todo caso
habría que hablar de libertad “a medias”, pero…¿se le puede llamar realmente
libertad si ésta depende del género al que se pertenece? Según este
filósofo las mujeres poseen de forma innata el “bon sens”, y las invita a que
“se atrevan a saber”. Para Poulain, la emancipación de las mujeres ha de tener
efectos notables de calidad civilizatoria. Y yo iría más lejos: no se debería
considerar que un pueblo ha salido de la barbarie hasta que la igualdad de
sexos no sea una realidad.
Un detalle que honra a Poulain es, según la autora, que aquél no utiliza el
discurso de l’excellence para
regatear l’égalité, sino para legitimar la lucha de la mujer. No
hay razón suficiente para que nadie incline su asentimiento ante nadie por
pertenecer a un sexo en concreto. Un pensamiento realmente avanzado para su
tiempo, y que invalida el argumento que disculpa a los filósofos de su tiempo
de ser machistas porque vivían en una sociedad y una época machistas. Poulain
es un ejemplo de filósofo que tuvo una actitud feminista hacia la mujer en un
entorno que no favorecía demasiado ese pensamiento… y menos aún que éste
procediera de un hombre.
La
autora menciona también a Theodor von Hippel, contemporáneo de Kant, que mostró
su decepción por lo cicatera que había sido la Revolución francesa con las
mujeres. Hippel atribuye a la opresión del a mujer un lugar clave desde el
punto de vista de los intereses emancipatorios de la humanidad. Insisto de
nuevo en este punto: sin liberación de la mujer no se puede hablar de
liberación de la humanidad.
La autora apuesta por completar el proyecto de la modernidad (que sólo rezó
para uno de los sexos) y abandonar las incoherencias que desde entonces se
siguen manteniendo. Hay que explorar lo que sucede si se hacen invisibles los
roles de género. Esta es una empresa que hoy se antoja difícil, pero no imposible.
En mi opinión, la educación es fundamental para hacer que estos roles sean
transparentes y no influyan en el ámbito público, en nuestro desarrollo como
seres sociales.
En su ensayo, Celia Amorós aborda brevemente la discriminación inversa o
positiva, y coincido plenamente con su punto de vista: dada la situación, la
discriminación inversa tiene sentido. He tenido la ocasión de escuchar muchos
argumentos en contra (en muchos casos en boca de mujeres), argumentos que
serían válidos si viviéramos en una situación de plena igualdad entre sexos:
que hay que contar con las aptitudes de cada uno sin tener en cuenta el sexo al
que pertenece, que un hombre brillante podría verse relegado por una mujer
mediocre, etc. El problema es que estamos lejos de vivir en una sociedad ideal
(aunque admito que estamos más cerca de lo ideal que otras sociedades) y que,
partiendo de la premisa de que el talento está repartido entre los sexos por la
sencilla razón de que nacer hombre o mujer no influye en el talento, no hay problema
de que el talento global se vea perjudicado favoreciendo temporalmente a uno de
los dos géneros, hasta ahora desfavorecido por las circunstancias. El día en que las mujeres tengan igualdad real de
oportunidades…abandonemos la discriminación positiva, pues entonces no sólo no
tendrá razón de ser, sino que será injusta.
Acerca de cómo conseguir que los valores ilustrados se apliquen a las
mujeres igual que a los hombres, considero que (tal y como he mencionado
anteriormente), la educación recibida en casa y en la escuela es esencial para
ir estableciendo una igualdad real. Y también considero de vital importancia,
no sólo para el bien de las mujeres sino para el de toda la humanidad, ganar a
los hombres para esta causa. Pensemos que el hijo predilecto, el que siempre lo
ha tenido todo mucho más fácil, difícilmente defiende a la “oveja negra” si no
se le estimula de alguna manera en esa dirección, si no se le hace reflexionar
sobre la injusticia de ciertas situaciones. Los cambios no vendrán por la vía del
enfrentamiento sino por el de la persuasión.
He de admitir que son malos tiempos para los valores ilustrados (el
postmodernismo no es sino un reflejo de la pérdida de valores sólidos que
adolece a nuestra civilización occidental); la mayoría de personas van dando
palos de ciego intentando buscar algo que dé sentido a sus vidas, acudiendo a
los clavos ardiendo más peregrinos (léase astrología, new-age, culto al cuerpo,
catastrofismo y un largo etcétera) De esto habla irónicamente y con mucho humor
ácido el periodista británico Francis Wheen en su ensayo How Mumbo-Jumbo conquered the World[1], defendiendo justamente
los valores ilustrados frente al pensamiento débil imperante. En tanto que los
valores ilustrados no han sido realmente aplicados en todo su potencial, ya
iría siendo hora de que se desplegaran. Ojalá el pos-posmodernismo (o como
quiera que se llame la época que seguirá al posmodernismo) sea la época en que
las mujeres dejen de ser en todo el mundo seres humanos de segunda para estar
en pie de igualdad con los hombres. La humanidad entera saldrá beneficiada por
ello.
[1] Editorial Harper
Perennial, 2004
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