La lectura de Gog, la novela de J.J.
Benítez, me hizo reflexionar sobre una serie de cuestiones que me
gustaría compartir aquí, y que son hasta cierto punto independientes de que vaya
a suceder o no lo que se cuenta en la novela.
A
los que no hayan leído Gog y quieran
hacerlo les advierto que no sigan leyendo a partir de aquí, pues aunque no es
mi intención dar muchos detalles les puedo estropear el hilo argumental. ¡El que
avisa no es traidor!
Gog habla de que un cuerpo celeste se dirige
hacia la Tierra en rumbo de colisión, que se prevé que se estrelle en mitad del
Atlántico en agosto de 2027. Su tamaño (15 Km. de diámetro) hace que este
choque tenga efectos apocalípticos y que una gran parte de la humanidad perezca
en las primeras horas como consecuencia del impacto. Habla también de nueve
años de oscuridad debido a las erupciones volcánicas y seísmos que seguirán al
impacto y de que, transcurridos esos años, habrá algo así como un nuevo
nacimiento y una nueva era en el planeta. Benítez se atreve a aventurar que esa
nueva era se inaugurará con la segunda venida de Jesús de Nazaret.
Según
escuché en una entrevista que hicieron a Benítez, hace años que tuvo acceso a
la información relacionada con este cuerpo celeste y consideró que no podía
mantenerla oculta. Eso sí, afirma haber incluido 17 detalles falsos «para
restar credibilidad a la historia».
Por
supuesto, según la novela el ejército de los EEUU está al tanto de todo esto
desde hace años y tiene un plan para salvar a algunas personas en refugios a
prueba de explosiones nucleares, terremotos y similares. Me temo, eso sí, que
ni yo ni ninguno de los que estáis leyendo estas líneas estamos en la lista
VIP.
Mientras
iba avanzando en la lectura me daba cuenta de que la historia me resultaba muy familiar.
No sé si por aquel refrán español que dice que «cuando el río suena, agua
lleva» o porque muchos autores, fascinados por los relatos catastrofistas y las
distopias, han recurrido a hecatombes planetarias parecidas a esta como punto
de partida de sus historias. Creo que todos conocemos la película Armaggedon, en el que
finalmente se conjura el peligro del asteroide que se dirige a la Tierra con
bombas nucleares (por cierto, es la misma solución que baraja el ejército
estadounidense en Gog), pero también
recuerdo una novela de las más verosímiles que recuerdo sobre una catástrofe
planetaria: El martillo de
Lucifer,
de Larry Niven y Jerry Pournelle, cuyo punto de partida es prácticamente
idéntico (en este caso se trata de un cometa). En otra de sus novelas, La rebelión de Lucifer, Benítez hablaba
de otro cuerpo (del tamaño de un planeta) que estaba cruzando el sistema solar
en dirección a la Tierra, RA-6666, que visitaba nuestro planeta cada 6.666
años. Y en el mismo Gog, Benítez hace
referencia a otro cuerpo celeste, al que llama Némesis, que se supone que es
una estrella marrón a la que siguen 9 planetas y que también puede distorsionar
la órbita de la Tierra y de otros planetas del sistema solar. Aunque después de
los efectos del impacto de Gog, el paso de Némesis sería sin duda el menor de
nuestros problemas. Por hacernos una idea, el asteroide que acabó con la vida
de los dinosaurios era una piedrecita comparada con Gog.
Por
mi parte, en mi novela La voz de lospioneros menciono también el llamado «Desastre», que no iba asociado a un
asteroide pero en el que también se producen circunstancias parecidas
(erupciones volcánicas, terremotos, falta de electricidad, etc.). Y esto solo
son unos pocos ejemplos de muchas referencias literarias que están ahí. Quizá
las musas están especialmente interesadas en transmitir algún mensaje a los
escritores y por eso hay tantas aparentes coincidencias en las historias.
La
mayoría de nosotros no somos conscientes del riesgo de que impacten cuerpos
celestes contra la Tierra. Pensamos que el espacio es muy grande, y realmente
lo es, pero hemos de recordar que la fuerza de la gravedad también influye para
que los cuerpos celestes con más masa atraigan a otros más pequeños hacia
ellos. De hecho hay astrónomos cuya tarea principal es vigilar los Objetos próximos a
la Tierra
(siglas NEO en inglés). De momento nos vamos librando, pero eso no es garantía
de que no pase en algún momento.
Podríamos
pensar que el choque de un asteroide de unos kilómetros de diámetro tendría un
efecto local. ¡Nada de eso! Un choque como ese libera una energía descomunal que
tiene efectos en todo el planeta. Aparte de que haya una «zona cero» del
impacto en la que todo quedaría arrasado (seres vivos incluidos), nadie estaría
a salvo. Pensemos en el polvo en suspensión que ocultaría el sol y crearía un
«invierno nuclear». Las temperaturas caerían a plomo, las plantas no podrían
hacer la fotosíntesis y morirían, y la mortandad seguiría a lo largo de la
cadena alimentaria a los herbívoros, carnívoros y, por supuesto, los humanos.
Por
no mencionar que sería el fin de la civilización tal como la conocemos. Sin
comunicaciones y seguramente sin electricidad, con un Estado que brille por su
ausencia, regresaríamos a la ley de la selva más rápidamente de lo que
podríamos imaginar. ¿Quién iba a imponer la ley frente a los malhechores, a los
asesinos, a los más fuertes?
¿Cómo
podríamos librarnos de la barbarie y mantener un mínimo de civilización cuando
todo a nuestro alrededor se derrumba? ¿Qué haríamos sin luz ni agua corriente
en nuestros hogares durante días y días? ¿Actuaríamos apoyándonos mutuamente o
seguiríamos la máxima del «sálvese quien pueda»?
¿Podemos
seguir siendo altruistas cuando tenemos hambre y hay gente, también hambrienta,
que pretende arrebatarnos la comida de las manos? ¿Qué haríamos cuando hubiera
menos comida que personas?
El
panorama que se presenta en el futuro cercano acerca de la salud del planeta ya
es lo bastante incierto (por no decir sombrío) sin necesidad de que lo
empeoremos con el impacto de un asteroide. La existencia ya tiene multitud de
circunstancias naturales externas que escapan a nuestro control, pero como
seres humanos dotados de libre albedrío sí podemos elegir cómo vamos a actuar
frente a esas circunstancias.
Sería
inútil angustiarse por lo que pueda pasar (y que igual no pasa), pero quizá no
esté de más recordar que estamos en este mundo de paso y que en cualquier
momento puede pasar algo que nos envíe al siguiente mundo de nuestro viaje.
No
sé si el apocalipsis será en agosto de 2027, pero no estaría de más tener los
ojos y los oídos bien abiertos y seguir confiando en nuestra guía interior y en
que finalmente todo trabaja para el bien del universo.
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