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jueves, 16 de diciembre de 2021

Balance


 Como hice el año pasado por estas fechas, me gustaría reflexionar sobre todo lo que me ha traído este año. Un año que, dicho sea de paso, me resulta difícil distinguir del año anterior. 

Por lo que he podido comprobar, no soy la única a la que le pasa. Los dos años, 2020 y 2021, parecen haberse fundido en un solo año de m*****. Muchas veces tengo que pararme a pensar si aquello en concreto que estoy recordando sucedió en 2020 o en 2021. Es como si hubiera habido un año de 24 meses en lugar de doce.

El año empezó con la publicación de mi última novela (por el momento), Las tres visitas. Por lo demás, tenía más o menos las mismas perspectivas que cuando terminó 2020. En mi caso, teletrabajando todos los días, para evitar la ¿tercera? ola (ya he perdido la cuenta, ahora dicen que vamos por la sexta). En marzo, mi empresa sufrió un serio ciberataque de tipo ransomware que hizo que estuviéramos dos semanas sin poder trabajar, tan solo teníamos acceso al correo electrónico. Ahí aprendí que muchas veces damos por sentadas cosas que llevan mucho trabajo detrás. 

En abril fue la Conferencia de la Asociación Urantia Internacional, que a pesar de ser virtual consiguió conectarme de una manera especial con todos los que compartimos el entusiasmo y la ilusión por las enseñanzas de El libro de Urantia. Esa fue la primera vez que di una presentación en una conferencia internacional y me siento muy agradecida por haber tenido esa gran oportunidad. Además, hice la presentación conjuntamente con Sebastián Nozzi, con el que tuve una gran sintonía desde el principio y eso se notó en el resultado final.

Este año he participado en otros dos eventos Urantia de carácter internacional: el Urantiatón Artístico del mes de agosto, donde hablé sobre mis cinco novelas y la difusión de las enseñanzas del libro a través de la literatura, y el Urantiatón Iberoamericano, en el que di una presentación sobre los retos de los líderes de la quinta revelación.

Poco después del Urantiatón Artístico, y gracias a la inestimable ayuda de Rick Warren, publiqué The Three Visitors, la traducción al inglés de Las tres visitas, de la que he recibido comentarios muy positivos. A raíz de esta publicación espero que se vaya traduciendo a otros idiomas. Sé que la versión en alemán está de camino, gracias a mi amigo Alex H.

También en agosto me contactaron de una editorial italiana para pedirme el manuscrito de La voz de los pioneros, con la intención de evaluar su traducción y publicación en idioma italiano. Ya pensaba que aquello no iba a seguir adelante cuando en noviembre me contactaron para hacerme una propuesta de publicación. Propuesta que he aceptado y que ya ha echado a andar. ¡Vamos a ver en qué resulta! No deja de resultarme curioso que esta novela, junto con El largo viaje a Edén, ha sido a la que menos publicidad le he dado, y sin embargo es la que va a tener la oportunidad de acceder a un público más general (al menos esa es la intención).

Como en años anteriores, he llevado a cabo traducciones de trabajos secundarios de otros autores, como el de mi querido amigo Rick Warren, de quien he traducido al español cuatro de sus novelas: La misión de Melquisedec, Los primeros humanos: Andón y Fonta, Los intermedios y El Príncipe Planetario. Esta última no está todavía terminada, pero lo estará en breve.

Podríamos decir que este será el año en que oficialmente se cierre el proyecto en el que he estado diez años: la revisión de la traducción al español de El libro de Urantia. Digo que oficial pues justamente hace unos minutos acaba de publicarse en la web de la Fundación Urantia. Este es un momento muy especial para mí, pues es la línea de meta de una maratón muy larga. El trabajo ya está hecho. Ahora queda hacer que fructifique.

Este año se cerró mi etapa como miembro del equipo de Ágora 2.0, tras la finalización del ciclo de conferencias sobre la verdad, belleza y bondad en septiembre. Ha sido una experiencia muy enriquecedora para mí y la recordaré siempre con cariño, pero también sentía que era el momento de dar un paso atrás y dedicarme a otros proyectos. La senda está marcada, y sé que si es la voluntad del Jefe que el proyecto siga adelante, seguirá.

En lo personal, a finales de agosto pasé por la experiencia de la muerte de mi padre. Es en situaciones como esta en la que agradezco tener fe, pues me ha reconfortado mucho tener la seguridad de que volveremos a encontrarnos al otro lado. El mismo día del funeral supe que quería escribir un libro con su vida y los recuerdos que tengo de él, así que ese ha sido otro de mis proyectos de este año que espero vea la luz el año que viene. Será el primer libro que escriba que no esté orientado a difundir las enseñanzas de El libro de Urantia, pero siento que debo hacerlo porque toda vida, por muy ordinaria y normal que parezca, merece ser contada. Todavía no sé si lo publicaré o lo guardaré para mi familia y para mí. Es algo que tendré que decidir más adelante.

En definitiva: este ha sido un año agridulce en el que ha pasado por momentos duros, pero también momentos de gran satisfacción (a veces a los primeros le han seguido los segundos).

Todos esperamos que 2022 sea realmente un año más normal, en el que podamos hacer todas aquellas cosas que hacíamos antes de que la pandemia volviera el mundo del revés. No sé si la normalidad va a regresar, no al menos como la entendíamos hace dos años. Lo que sí que pido es que sea un año cargado de experiencias de aprendizaje en el que pueda cumplir algunos de mis sueños.

Y si no puedo cumplirlos... al menos que esté un poco más cerca de conseguirlos.


sábado, 26 de diciembre de 2020

Lo que he aprendido este año

 Ahora que el año toca a su fin, parece que toca echar la vista atrás y reflexionar sobre lo que ha traído y sobre lo que he aprendido.

Por supuesto, no puede haber repaso al año sin mencionar la pandemia de COVID-19. El virus ha sido el maestro principal de este año, sin duda. Ya he escrito lo que he aprendido de él en entradas anteriores de mi blog, pero quiero destacar que me ha servido para mirar más hacia el interior y para ser más consciente de las cosas que verdaderamente importan.

También he aprendido que es vital no rendirse, aunque sean muchas las veces en que estemos cansados de tanta restricción por la pandemia. Hay que ver esto como una carrera de fondo en el que gana quien resiste hasta el final. No sirve de nada que los primeros meses tengamos todas las precauciones del mundo y que luego relajemos la guardia. Es muy triste sucumbir por la última bala que se dispara en una guerra. Y ya sé que no todo el mundo comparte esta opinión, pero tengo confianza en que las vacunas puedan sacarnos de esta y podamos volver a una vida más parecida a la normalidad. Aunque el virus siga con nosotros, ya no tendrá la capacidad de hacer el mismo daño que está haciendo ahora.

He aprendido a valorar más el tiempo que se pasa con la familia, pues es el mayor sostén en los momentos difíciles. Es importante mantener la armonía en el hogar, ceder si hay que hacerlo, expresar tu opinión cuando sea necesario.

He tenido la ocasión de escribir mucho. Curiosamente, en las semanas de confinamiento más estricto no encontré el momento ni la inspiración, pero sí que tuve ocasión de leer bastante y eso siempre enriquece y da material para reflexionar primero y escribir después. Después sí que tuve la predisposición y la inspiración de escribir, sobre todo durante este otoño, en el que he terminado la redacción de mi última novela, Las tres visitas, que espero publicar a primeros del año que viene. También he traducido una novela maravillosa, Los jardines del Edén, de Rick Warren, y estoy terminando de preparar la publicación de la traducción al español de un ensayo brillante de Jeffrey Wattles, Vivir en verdad, belleza y bondad. Y volviendo a la producción propia, he escrito dos presentaciones sobre temas de El libro de Urantia y otra junto con Sebastián Nozzi que se dará en abril del año que viene durante la conferencia internacional de la Asociación Urantia organizada por Urantia Perú.

A diferencia del año anterior, este (por razones obvias) no ha sido un año de viajes, pero sí que recuerdo con especial cariño el viaje de diez días que hice con mi familia por tierras de Portugal a primeros de septiembre y que nos llevó previa parada en Mérida hasta Lisboa, Sintra, Óbidos, Coimbra, Porto y Bragança. Hay que disfrutar los viajes y en general la vida como si ese fuera el último viaje, pues nunca sabes lo que te puede suceder después.

Y por último, pero no por ello menos importante, este año he perdido a dos grandes amigos, Carmelo y José Manuel, pero sé que el universo los ha ganado y que siguen su viaje al Paraíso. Un viaje que yo algún día emprenderé, cuando mi tiempo aquí haya terminado. De momento hay que seguir trabajando para la satisfacción de lo Alto y tener la mirada en el cielo y los pies en el suelo.

Espero que los que lean estas líneas tengan una buena entrada de año. Nadie sabe cómo será 2021. Es posible que sea peor que este, pero también que sea mejor, ¿por qué no? En cualquier caso, deseo que sea un año de aprendizaje valioso para todos.



miércoles, 22 de julio de 2020

Los tiempos interesantes y la libertad individual

No quería volver a hablar sobre esto para no caer en el monotema, pero veo una tendencia muy peligrosa en redes sociales sobre la que tengo que hablar. Ya dejaré otros temas para más adelante.

Me refiero a ese reclamar la libertad a no llevar mascarilla, cuyo uso está empezando a ser obligatorio en muchos lugares (donde vivo, por ejemplo). Pero ¿realmente tenemos derecho a no llevar la mascarilla, cuando está demostrado que ayuda a mitigar los contagios del coronavirus?

Ríos de tinta han corrido respecto a dónde termina nuestra libertad y donde empieza la de los demás. Creo que mucha gente no es consciente de que para que haya alguien completamente libre debe haber alguien totalmente esclavo. Ejercer nuestra libertad no significa hacer lo que nos da la real gana. Todas nuestras libertades se interrelacionan manteniendo un equilibrio: mi libre albedrío me permite hacer muchas cosas, pero si algunas de estas cosas atentan contra la libertad de otro, debo respetar su libertad.

No puede haber libertad de uso de mascarillas si eso implica que se puede infectar a otra persona. Mi libertad de no usar la mascarilla termina en el derecho del otro a estar sano. ¿Que son incómodas? Sí, no lo niego. Sobre todo en esta parte del mundo donde es verano y se te pegan a la cara con el sudor al poco rato de salir de casa. ¿Que no se respira igual? También es cierto. Pero me parece un pequeño precio a pagar si es que realmente nos puede ayudar a que se acabe la pandemia.

Del mismo modo, no puede haber libertad de movimientos si existe un serio riesgo de propagar la infección de un virus que EXISTE y que no es ninguna broma ni ninguna "gripecilla". Da igual si ha sido un virus creado en laboratorio (que parece ser que no) o que lo haya creado la Madre Naturaleza.

Me preocupa seriamente que se defienda la libertad individual como excusa para no cumplir con las medidas recomendadas por las autoridades sanitarias. ¿Qué hubiera pasado si en los bombardeos que sufrió Londres en la II Guerra Mundial, y donde la gente tenía que tener las luces de su casa apagadas, algún gracioso hubiera apelado a su libertad de encender la luz de su casa? La bomba no lo habría matado a él solo. Pues aquí estamos en la misma situación.

Solo acabaremos con este "bicho" si cooperamos. Aquí no hay libertad individual que valga, sino responsabilidad para con la comunidad en la que vivimos. Cada vez que se produce un contagio nuevo se aleja un poco más la posibilidad de acabar con el SARS-COV-2.

Es muy cierto que el universo, la Naturaleza o como lo queráis llamar nos está dando una buena lección: la lección de cooperar. Y si no lo aprendemos por las buenas el universo, la Naturaleza o como lo queráis llamar nos lo hará aprender por las malas.




jueves, 4 de junio de 2020

El síndrome de la cabaña

Ahora que las medidas del confinamiento se están relajando poco a poco en mi país, se está empezando a hablar del llamado "síndrome de la cabaña", que no es otra cosa que resistirse a volver a salir a la calle y a reemprender la vida de antes de que llegara el coronavirus y nos lo trastocara todo.

Debo admitir que yo misma, después de estar en estricto confinamiento durante dos meses, no tengo ningunas ganas ni prisas por retomar la vida de antes. Mi casa es para mí un refugio donde me siento a salvo, no es una prisión sino un lugar acogedor y amistoso donde todo está bien.

Hay voces que estos días critican justamente que se hable de este síndrome, como poniendo un nombre asociado a un trastorno o a una enfermedad a algo que es perfectamente normal. Después de haber probado en carne propia cómo es vivir con lo básico, después de pasar más tiempo de calidad con la familia y de ser conscientes de lo que nos importan las personas de nuestro entorno (familia, amigos, trabajo, vecinos, etc.), después de hacer el trabajo en casa a nuestro propio ritmo e incluso de manera más eficiente que en la oficina, entiendo perfectamente que nadie tenga ganas de volver a lo de antes, donde vivíamos sometidos a la tiranía del reloj y de las prisas por llegar a los sitios.

¡Qué cierto era que a veces, antes del coronavirus, deseábamos que el tiempo se parara para poder hacer las cosas que realmente nos gustan! Y qué cierto es también el dicho de "ten cuidado con lo que deseas, porque se puede hacer realidad". Pues en este caso se cumplió: el mundo paró, todos nos vimos obligados a parar, y la experiencia, aun siendo terrible en muchos aspectos, sacó aspectos positivos que ni a mí ni a muchas otras personas nos gustaría perder.

No es un síndrome, no es un trastorno, no es una enfermedad: es el deseo de cambiar una vida y un sistema disfuncional por una vida más auténtica y sin necesidades ficticias. Ahora que hemos probado que es posible, lo que debemos pensar entre todos es en cómo ponerlo en práctica en la que se ha dado en llamar "nueva normalidad".

miércoles, 29 de abril de 2020

El mundo que nos espera

Está claro para todos que el mundo no va a ser igual después del coronavirus. Es probable que sea peor en muchos aspectos, pero no tiene por qué ser así.

Ya a finales del año pasado eran muchas las voces que anunciaban que se avecinaba una crisis económica fuerte, pero nadie podía prever que el coronavirus nos la pusiera en las narices al comienzo de este año. La economía mundial ha sufrido un parón enorme debido a las medidas de confinamiento que se han impuesto con mayor o menor rigor en prácticamente todos los países del mundo.

Cuanto más avanza el confinamiento, me surgen más preguntas que certezas. Una de las preguntas que tenemos todos en mente es: ¿qué va a pasar con toda la gente que se va a quedar sin trabajo? En todo lo que llevamos de modelo de economía de mercado no ha habido nunca una deceleración tan intensa en tan poco tiempo. Da miedo, teniendo en cuenta que nuestro sistema económico está basado en el crecimiento.

"Me temo que tiene humanos"
Muchas voces dicen que esta es una ocasión de oro para repensar el mundo en el que queremos vivir, y realmente lo es, pero también es cierto que hay una fuerza poderosa que se opone, que quiere seguir en el modelo depredador del BAU (Business As Usual), el de hacer negocios como siempre. El problema para ellos está en que el mundo ha cambiado en cuestión de días, la globalización está seriamente en peligro (cierre de fronteras, restricción del transporte internacional, relocalización de producción, etc.) y es necesario hacer cambios para adaptarnos a este nuevo panorama sin morir en el intento. No creo que el BAU sea una opción que nos permita remontar, más bien nos llevará más rápido hacia el abismo. Pero eso no significa que no haya fuertes presiones para que los de siempre sigan engrosando sus cuentas de beneficios.

Otra de las preguntas que me hago es sobre el tipo de sociedad que se va a imponer en el futuro, dadas las circunstancias. Por ahora vislumbro dos alternativas de futuro:

1. Una dictadura férrea basada en el control en las personas con el uso de las tecnologías y del big data, en el que nuestros movimientos estén controlados y las condiciones de trabajo se deterioren aún más. Un mundo en el que habrá enormes desigualdades entre los que lo tendrán todo y los que tendrán migajas, cuando no nada.

2. Una transición a una economía de decrecimiento basada en el modelo de economía del bien común, en el que la desigualdad sea menor y el grueso de las personas tengan una vida digna con las necesidades básicas bien cubiertas.

Siendo realista, la que veo más probable es la primera. No veo a los líderes mundiales con la suficiente altura y amplitud de miras para llevar a cabo la segunda opción, que en mi opinión es la única que podría enderezar el rumbo de esta humanidad maltrecha. Para que esa opción siguiera adelante, muchos poderosos tendrían que renunciar a sus propios intereses, a "darse un tiro en el pie", por decirlo vulgarmente, y eso no es fácil que suceda. Se necesita mucha grandeza moral para sacrificar privilegios por el bien de otros.

¿Podría ser que, cuando llegue la vacuna, todo vuelva a la normalidad? Aquí también nos encontramos con muchas interrogantes, que dependen de quién tenga la patente de la vacuna y de si todo el mundo va a tener acceso a ella, sin importar el país de residencia ni el lugar que se ocupa en la escala social. Aparte de eso, ¿quién no nos dice que los gobiernos le pillan el gustillo a tenernos controlados y a recortarnos libertades que costaron mucho de lograr pero que se pueden arrebatar en un momento? El virus puede ser una excusa perfecta en el futuro para tenernos confinados y controlados.

Aunque, después de lo que hemos vivido este año con la irrupción del coronavirus, todavía nos pueden llegar más sorpresas. ¡Espera lo inesperado! ¡Cualquier cosa puede pasar!




jueves, 23 de abril de 2020

Némesis

En mi anterior post, Confinamiento, expliqué cuál está siendo mi manera de sobrellevar el estado de alarma por el coronavirus. En este, quiero compartir mis ideas sobre por qué hemos llegado a esta situación tan insólita y sin precedentes.

En todos estos días he podido leer mucho y ver entrevistas con expertos, lo que me ha servido para hacerme una composición de lugar. Puede que no sea una composición correcta, pero a mí me parece bastante ajustada a la realidad.

¿Por qué hemos llegado al insólito extremo de tener medio mundo paralizado por una pandemia de un virus desconocido hace unos meses? Es cierto que no es la primera pandemia que sacude el mundo, pero es sin duda la primera que ha alcanzado prácticamente a todos los países de la Tierra (salvo contadas excepciones) en un tiempo récord. También es cierto que no es especialmente letal, como pudo serlo la peste negra o la mal llamada gripe española, pero tiene un índice de contagio muy alto y es sorprendentemente selectiva en las personas a las que suele atacar. Aunque el índice de mortalidad sea bajo, un porcentaje pequeño de cientos de millones de personas son millones de personas. Es mucha gente como para estar dispuestos a sacrificarla si se elige la opción de no hacer nada.

A pesar de que se tiene el genoma de este virus, todavía no se conoce ningún medicamento que se haya probado efectivo al cien por cien, y mucho menos una vacuna que nos inmunice, como sucede con otras enfermedades. Esto hace que el aislamiento riguroso y el distanciamiento social que conlleva sea la única manera de poder hacerle frente de momento.

Una característica muy inquietante de este virus que hace muy difícil enfrentarse a él es que hay un porcentaje muy grande de los llamados "asintomáticos", esto es, personas que están infectadas con el virus y que pueden contagiarlo aunque no desarrollen síntomas evidentes. Como el número de tests disponibles es muy escaso no se suelen hacer a estas personas (con la única excepción de Islandia, y eso porque es un país con muy poca población), así que es difícil que lleguemos a saber cuántas personas tienen el virus realmente. Eso hace que nos miremos con desconfianza, pues cualquiera de las personas con las que interactuamos puede tenerlo sin que lo sepamos.

Todo este cuadro ha creado la tormenta perfecta que ha hecho que el mundo se detenga, con unas consecuencias futuras que todavía no somos capaces de predecir en su totalidad.

Más que de esas consecuencias, me gustaría hablar de los antecedentes, de todo lo que sin duda ha sido determinante para que tengamos que enfrentarnos a esta amenaza mundial.

A primera vista, podemos echarle la culpa al virus de la situación. Es lo más fácil, pero no es real. Normalmente unos ecosistemas sanos hacen de "colchón" que impide que esos patógenos que afectan a animales salvajes lleguen hasta los seres humanos. Si los ecosistemas se dañan se pierde biodiversidad y la capacidad de absorber patógenos. Y si los ecosistemas están heridos, si la biodiversidad disminuye en todo el mundo, es por culpa de los seres humanos y de nuestro afán depredador por crecer a toda costa. Que es curiosamente la misma estrategia de un virus.

El SARS-COV-2 no es el primer virus que pasa de los animales a los humanos, y como sigamos empeñados en mantener el rumbo no será el último. Es más, entra dentro de lo probable que alguno de los que venga sea todavía más letal que este. Imaginaos una combinación de tasa y modo de contagio del SARS-COV2 con la mortalidad del Ébola. Yo prefiero no imaginarlo.

Hay quienes dicen que este virus fue creado en un laboratorio. Después de lo que he leído, he llegado a la conclusión de que es improbable que fuera así. Primero, porque no es tan perfecto como podría ser un virus manipulado en laboratorio (perfecto en el sentido de letal y de capaz de mutar rápidamente). Y segundo, porque... qui prodest? ¿A quién beneficia? ¿China iba a inventar un virus letal que podía afectar seriamente a su población? Y la misma pregunta podría hacerse de Estados Unidos, que ahora mismo encabeza el ránking de afectados y muertes. Un virus como arma bacteriológica se puede volver en contra del agresor con demasiada facilidad.

Con lo que he visto de momento, me inclino a pensar que el virus se propagó por un error de manipulación en un laboratorio. Cerca (tan cerca como poco más de 200m) del que se cree fue el foco de infección, el mercado de animales exóticos de Wuhan, había un laboratorio de nivel 3 que investigaba virus de animales como el tristemente famoso murciélago. Aquel lugar pudo muy bien ser la "zona cero" y el "paciente cero" uno de los trabajadores de ese laboratorio. Pero dudo que lleguemos a saberlo algún día. Hay mucho secretismo y poca transparencia en este asunto.

Es cierto que el parón ha hecho que la contaminación se reduzca y que incluso se vean animales salvajes por las calles de pueblos e incluso de ciudades. La naturaleza tiene la capacidad de recuperarse a poco que la dejemos en paz. Pero... ¿qué pasará cuando volvamos a la "normalidad", cuando todos los coches vuelvan de nuevo a las carreteras y los aviones a surcar los cielos, y las fábricas a producir a pleno rendimiento? ¿Vamos a aprender la lección y a frenar un poco? El coronavirus está poniendo a prueba el sistema económico y por extensión la civilización humana. El tiempo lo dirá, y más pronto que tarde.

En última instancia, el cambio climático y la destrucción de ecosistemas están haciendo que se rompan muchos delicados equilibrios naturales que llevan a que los patógenos tengan vía libre para campar a sus anchas.

Hemos herido seriamente el medio ambiente, y da la impresión de que la Tierra, nuestro hogar, nuestra Madre, está siendo nuestra Némesis.


martes, 21 de abril de 2020

Confinamiento

Esta es la sexta semana que llevo en confinamiento, y hacía tiempo que quería escribir sobre cuál está siendo mi experiencia ante una situación que se nos ha presentado a todos por primera vez.

Esta situación, aun siendo terrible para mucha gente (y no solo para la que está enferma luchando por su vida en un hospital), puede sobrellevarse bien si se toman una serie de medidas. A mí me están funcionando, y espero que puedan servirles a otros también.

Crear una rutina diaria

En mi caso, que teletrabajo, me levanto siempre a la misma hora, entro a trabajar a una hora concreta (aunque no tendría por qué) y cierro el ordenador más o menos a la misma hora (salvo que haya alguna emergencia que atender). Procuro levantarme de vez en cuando, salir a la terraza a que me dé el aire. Hago las tres comidas del día más o menos a la misma hora y procuro no irme a dormir más tarde de las once, para mantener un horario de sueño más o menos constante.

Los fines de semana intento seguir otra rutina, más parecida a la que llevaba antes del confinamiento, excepto por el hecho de que no salgo de casa.

Hacer algo de ejercicio físico

Cuando acabo de teletrabajar, tengo la rutina de completar 5.000 pasos al día. Al principio los hacía dentro de la casa, pero últimamente los hago dando vueltas al patio. También va bien para que nos dé el aire y el sol y así despejarnos un poco.

Mis hijas hacen ejercicios de estiramientos en días alternos, aprovechando las clases virtuales que se dan en las redes sociales. Hay miles de ellas para todos los gustos y niveles.

Mantener unos hábitos de higiene constantes

Parte de la rutina es la ducha diaria antes de empezar la jornada. También es importante ir lavándose las manos con frecuencia. Al principio tenía las manos muy secas, pero me da que ya se han acostumbrado o que quizá al hacer subido un poco la temperatura no se dañan tanto. En cualquier caso, es una buena manera de mantener gérmenes y virus alejados de nosotros.

Vestirse

Puede parecer una tontería, pero me propuse vestirme cuando empezara con el teletrabajo de la misma forma que si fuera a la oficina, y eso me ha hecho sentirme mejor. Ni siquiera en fin de semana estoy mucho tiempo en pijama, pues eso me da sensación de dejadez. Personalmente me anima vestirme como para salir a la calle (aunque siga llevando zapatillas de estar por casa), para mí da sentido a lo que estoy haciendo.

No obsesionarse con las noticias sobre el coronavirus

Es bueno para la salud mental no obsesionarse ni angustiarse con las noticias sobre el coronavirus y evitar estar conectado todo el rato a las redes sociales leyendo información relacionada. En mi caso me informo a una hora concreta del día (suele ser a primera hora, antes de ponerme a teletrabajar).

Mantener contacto regular con familiares y amigos

Seguir en contacto con la familia y amigos por teléfono o por Internet nos ayuda a sentirnos acompañados. Creo que ahora estoy más en contacto con familia y amigos que antes del confinamiento. Realmente todos nos estamos dando cuenta de la importancia de cultivar las relaciones personales. Al fin y al cabo, y como dice el refrán africano, "yo soy porque nosotros somos".

Aprovechar el tiempo libre para hacer cosas que nos gusten

Si hay algo que sobra en el confinamiento es tiempo. Procuro leer un poco cada día, ver vídeos de temas que me interesan, programas de televisión de temas que me gusten, series que tenía pendientes de ver (aunque eso me cuesta más). También aprovecho para hacer trabajo relacionado con El libro de Urantia (ese no falta nunca). ¡Os aseguro que los días se me pasan volando!

Apoyarse en las relaciones humanas en los días malos

Días malos los ha habido y los habrá para todos. El día que uno se encuentre especialmente decaído, es vital que los demás sean comprensivos y le ayuden. El desánimo nos puede visitar a todos en un momento dado. Una cosa que a mí por ejemplo me da fuerza es salir al balcón de casa a las 8 de la tarde para aplaudir. Se hace en homenaje a los que están en los hospitales cuidando de los enfermos y a todos los que trabajan para que sigamos viviendo en la civilización, pero también es un momento para crear comunidad con los vecinos de la calle y darnos ánimos mutuamente. Es un pequeño gesto que tiene una gran repercusión.

No angustiarse por lo que pasará después

Sé que es inevitable pensar en lo que pasará con nuestro entorno en particular y el mundo en general una vez el COVID se vaya después de cobrarse su peaje en vidas y ruina económica. El panorama que nos pintan es muy sombrío, pero también es cierto que no arreglamos nada angustiándonos ahora. A veces me pongo a pensar en lo que puede pasar y es cierto que da vértigo, pero intento ahuyentar esos pensamientos y centrarme en el día a día.

Además, como dijo un gran hombre: "para un creyente del reino, ¿qué importa si todas las cosas materiales se derrumban?"