Ya desde los primeros días del confinamiento se escuchaban voces que nos animaban a repensar nuestra sociedad y nuestra vida. El coronavirus nos ha obligado a detenernos. De un plumazo nos ha llevado a mirar en nuestro interior, pues los estímulos exteriores se han reducido al mínimo. Si hay ahora una fuente de "ruido" son sin duda las redes sociales. Y es cierto que si uno se sumerge lo suficiente en ellas consigue abotargar la mente. Otra cosa es que lo que vea allí le ayude a aliviar la angustia.
Pero... ¿qué sucede cuando nos ponemos a pensar en que existe otra manera de vivir? Nos estamos dando cuenta de que podemos dedicar nuestro tiempo a leer, jugar con nuestros hijos... Muchos padres están pasando un tiempo con los hijos que antes no tenían pues el trabajo no se lo permitía. También están valorando mucho más a los maestros, que tienen que lidiar con muchos niños más e intentar que adquieran conocimientos y valores. Gracias a los niños muchos han vuelto a pintar, a tomar tijeras, papel y pegamento y hacer manualidades... Nos hemos dado cuenta de que los niños se divierten más con ese tipo de cosas y no tanto con juguetes caros que arrinconan al día siguiente de haberlos recibido.
También nos estamos dando cuenta que no necesitamos tanta ropa ni zapatos. Para estar en casa, con pocas prendas se apaña uno. ¿Y qué decir de la comida y la repostería casera? Después del papel higiénico, que fue el producto más buscado durante los días previos al confinamiento, estas últimas semanas lo que se acaba en los supermercados es la harina y la levadura. ¿Por qué será? Si así nos convencemos de lo sano que es tomar comida casera con ingredientes saludables, será otra buena enseñanza que sacaremos de esta crisis.
Hemos descubierto también lo mucho que nos necesitamos los unos a los otros. Nos hemos dado cuenta de que todos estamos en el mismo barco: vecinos, amigos, familiares, compañeros de trabajo... También somos conscientes del trabajo fundamental de personas que no suelen estar bien pagadas pero que nos mantienen dentro de la civilización: personal de limpieza, agricultores, trabajadores del sector alimentario, personal sanitario, de farmacias, de mantenimiento de servicios básicos e infraestructuras... Nos hemos dado cuenta de que dependemos de ellos más de lo que creíamos.
Y sobre todo nos hemos dado cuenta de lo frágil y efímera que es nuestra vida. En cualquier momento el virus puede darnos el zarpazo, sobre todo a los que ya pasamos de los cincuenta. No importa si estamos sanos o no tenemos dolencias graves: existe la posibilidad de que nos toque la lotería siniestra, de caer en ese tanto por ciento de la población para el que el coronavirus acaba siendo letal. Es todo un baño de realidad darse cuenta de que la de la guadaña puede venir a visitarnos en cualquier momento, por muy sanos que creamos estar.
Ya que estamos viviendo esta crisis, ¿por qué no verla como una oportunidad de percibir la esencia de las cosas, en lugar de distraernos con el ruido exterior? ¿Por qué no aprovecharla para reflexionar sobre lo que queremos hacer con nuestra vida? El mundo ha frenado, pero no para que nos bajemos de él, sino para vivir en él con sentido.
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