Siempre que he reflexionado acerca de cómo conseguir una
sociedad mejor, he acabado llegando a la conclusión de que la educación es la
condición primera para llegar a formar a nuevas personas, que a su vez transformarían
la sociedad para hacerla más justa.
En primer lugar, la adquisición de cultura nos aporta un
bagaje de conocimientos que nos hace comprender la relatividad de muchos de
nuestros juicios de valor: conocer otras culturas nos hace comprender que hay
valores en otras culturas que pueden llegar a ser tan válidos como los
nuestros. En segundo lugar, nos hace más críticos frente a la avalancha de
información que sufrimos en las sociedades occidentales. Sin un mínimo de
sentido crítico, estamos a merced de la maquinaria generadora de opinión, que
nos muestra la realidad de forma sesgada y parcial, de modo que acabamos
creyendo que la visión que nos ofrecen los medios de comunicación es la única
posible.
Por desgracia, son malos tiempos para la cultura. Los
gobiernos siempre “meten la tijera” en los presupuestos de educación y en las
medidas sociales, se recorta el Estado del bienestar y la educación es una de
las grandes perjudicadas. Con ello la calidad de la enseñanza pública desciende
de manera preocupante, y, para más inri, se nos “sugiere” que debemos acudir a
la enseñanza privada (léase “de elites”) para conseguir una preparación de
calidad.
Para evitar que esta situación se degrade todavía más,
debemos ser conscientes de que la educación es un derecho al que no debemos
renunciar. Y no debemos conformarnos con una enseñanza de simple acumulación de
conocimientos, sino que esta debería llevarnos a sintetizar, a extraer nuestras
propias conclusiones, a elaborar aquello que hemos aprendido. Que se fomente en
las escuelas la afición a la lectura, no obligando a leer, sino mostrando cuán
apasionante puede llegar a ser un libro, y lo mucho que una buena lectura nos
puede cambiar la vida.
De todas formas, no hay que pensar que la escuela es la
única responsable de la formación de los niños. Como padres, tenemos la
responsabilidad de seguir de cerca la educación de nuestros hijos, de
preocuparnos del nivel de la enseñanza, de conseguir que tengan una formación
completa. Allá donde no llegue la escuela, deben llegar los padres.
Sin un mínimo de cultura, somos borregos a merced de lo que
el Poder quiera de nosotros. Como dijera Kant, el gran filósofo alemán,
“¡atrévete a saber!”.
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