Nota: este escrito fue originariamente un trabajo que hice
para una asignatura de Filosofía, allá por 2006.
¿Existe en algún lugar el superhombre? Creo sinceramente
que sí. Pero, ¿cómo es? Yo lo concibo de forma bastante diferente a como lo
concibe Nietzsche. Prefiero denominarle “ser libre”, porque del mismo modo que
hay superhombres, también hay supermujeres. Antes de exponer cómo concibo a los
seres libres, quisiera decir que ya va siendo hora de que todos los seres humanos
seamos conscientes de nuestra propia fuerza. Simplemente hemos de tener claro
cuáles son las herramientas que tenemos a nuestra disposición, cuáles son
nuestras capacidades.
En primer lugar, estamos dotados de mente para razonar,
para comprender el mundo que nos rodea, para intentar concebir incluso lo que
no percibimos con nuestros sentidos. Tenemos no sólo mecanismos de razonamiento
consciente, sino también lo que ha dado en llamarse “intuición”, injustamente
denostada pero que podría concebirse como otro mecanismo mental más; como
tal, debería utilizarse sin desconfiar de él.
En segundo lugar, el ser humano tiene la capacidad de crear
un entorno a su medida, y de ir progresando en esta habilidad a medida que
avanza la historia de la humanidad. A diferencia de los animales, que deben
adaptarse al entorno y están por tanto condicionados por él, el ser humano no
sólo puede adaptarse al entorno sino además influir en él, modificarlo a su
conveniencia. Desde el inicio de los tiempos los hombres han creado utensilios,
han construido viviendas, han explotado los recursos naturales.
Otro de los rasgos definitivos del ser humano que nos
diferencia de los animales es la capacidad de tomar decisiones morales, lo que
llamamos “libre albedrío”. Somos libres para decidir, pero quien es realmente
libre no utiliza la libertad para cometer atrocidades arbitrarias contra sus
semejantes. La libertad debe ir acompañada de responsabilidad hacia los propios
actos y, sobre todo, en sus implicaciones hacia los demás, que también son
seres libres con derecho a ejercer su libertad sin trabas. Por desgracia,
muchos son los que creen que la libertad implica ausencia de límites, cuando en
realidad nuestra libertad está limitada (o debería estarlo) por el respeto, por
un lado hacia nuestros semejantes, y por otro hacia nuestro entorno.
La libertad tiene tres vertientes: libertad de pensamiento,
libertad de expresión y libertad de acción. Respecto a la primera, no
necesitamos someternos a las opiniones de los expertos en asuntos en los que
nosotros también podemos opinar. Tenemos a nuestro alcance la información
suficiente para poder formarnos una opinión respecto a una gran variedad de
temas, ya sean políticos, científicos, éticos, sociales y religiosos. La
sumisión a cualquier autoridad intelectual, religiosa o política implica
renunciar a nuestra libertad a cambio de falsas seguridades. En cambio, una
persona que ejercita la libertad de pensamiento no se deja dominar, sino que
asiente o disiente de todas las autoridades humanas según criterios previamente
razonados. Por ello no es ni será fácilmente manipulable.
En cuanto a la libertad de expresión, no debería entenderse
sólo como un derecho político dado “desde fuera”, sino también como un derecho
que tenemos por el hecho de ser humanos. En este caso, el único límite que
debemos imponernos tiene que ver con la forma en que esa expresión se encauza.
También hemos de tener en cuenta que los silencios son otra forma de comunicar.
Es mejor ser dueño de nuestros silencios que esclavo de nuestras palabras. En
cualquier caso, tanto el fondo como la forma deben depender de los
interlocutores o lectores a los cuales se está dirigiendo la palabra.
Por último, a la libertad de acción se le imponen las
mismas restricciones que a la libertad de expresión: debemos ser respetuosos
con la libertad de los demás. Si somos libres en nuestro interior, nada ni
nadie puede cercenar esta libertad, aunque el cuerpo esté encerrado entre
los muros de una prisión.
Son muchos los que, por desgracia, se llenan de cadenas, de
miedos, de esclavitudes. A veces por pura comodidad y otras por miedo a volar.
Muchos prefieren la comodidad de dejarse llevar por la corriente, de no pensar
sino que sean otros los que piensen, los que deciden por nosotros. O bien les
domina el temor a lo desconocido, que hace que muchos se aferren a la
tradición, al dogma, a lo establecido, antes que lanzarse a nadar en aguas
desconocidas, por muy prometedoras que estas puedan ser.
El ser humano que se atreve a ejercer los dones de los que
dispone, el ser libre, es como la criatura que siempre ha vivido aferrada a las
piedras del lecho de un río y, un buen día, harta de su monótona existencia,
decide soltarse de las rocas a las que ha estado agarrada toda su vida, dejarse
llevar, probar otra forma de vivir. Al principio la corriente le golpea contra
las piedras, pero poco después se eleva hacia la superficie y nada ni nadie
pueden lastimarle. Es como el hombre que, en el mito de la caverna de Platón,
consigue escapar de las cadenas que le mantienen preso en la caverna, sale al
mundo exterior y contempla el mundo tal y como es. Para él la realidad deja de
ser el teatro de sombras chinescas en el que otros le habían hecho creer.
Tenemos a nuestra disposición todo aquello que nos permite
romper las cadenas que nos esclavizan. Seres humanos, hombres y mujeres,
estamos dotados con todo lo necesario para ejercer nuestra “libertad
responsable”. Eso sí, el que se atreve a vivir libremente no debe esperar
reconocimiento social ni comprensión. Es muy probable que sienta muy a menudo
los zarpazos de la soledad. Su vida no será fácil, aunque con toda seguridad
será mucho más plena, más verdadera que la de aquellos que dejan que la vida
les pase por encima como una apisonadora antes que ser ellos los protagonistas
y dueños de su vida.
El ser libre y Dios no son incompatibles sino
complementarios. El superhombre no precisa matar a Dios (al modo nietzscheano)
como condición previa para ser superhombre. No es dios, pero tampoco subestima
el potencial humano, su propio potencial. El ser libre y Dios no son
antagonistas sino socios. El ser libre, ser finito e imperfecto, permite a Dios
liberarse de las cadenas de su propia infinitud y perfección y conocer la
finitud y la imperfección. Por otro lado, Dios le concede al hombre, al ser
racional, el libre albedrío, para que sea él y sólo él el dueño de su propia
vida. Dios le da al ser humano incluso la libertad de no creer en Él, su
Creador.
El ser libre es dueño y señor del mundo, pero no por ello
lo tiraniza ni lo destruye para su propio beneficio material. Como ser libre y
a la vez responsable, sabe que no puede esquilmar los recursos del planeta,
porque entonces estaría vulnerando los derechos de los seres humanos presentes
y futuros, que también tienen derecho a explotar los recursos naturales sin que
su futuro se vea hipotecado por la acción irresponsable de las generaciones
pasadas.
El ser libre, el superhombre, sabe que es un sujeto activo
de su vida, no se deja llevar por la inercia del rebaño, por las corrientes imperantes
de pensamiento, a no ser que decida activa y conscientemente adherirse a ellas.
No es la vida quien le vive a él, sino él quien vive la vida. Sabe que la vida
hay que vivirla plenamente porque, como mínimo, y a falta de mayores certezas,
es la única vida que conocemos. Aunque le gusta pensar que hay un propósito
detrás de la razón de existencia de los seres humanos, porque le cuesta creer
que la inteligencia humana sea fruto del azar y la necesidad. ¿De qué sirve
acumular conocimientos y experiencias si todo eso va a perecer con el cuerpo?
No todos los seres humanos dejan algo material tras su paso: libros, obras de
arte, hijos…Todas esas personas no pueden haber vivido para nada. Y el ser
libre piensa que, sin propósito, no hay sentido. Y, sin sentido, bien podemos
entregarnos a la desesperación y a la inactividad más absoluta.
Para el ser libre, la búsqueda de la Verdad (con
mayúsculas) es un imperativo moral, aun cuando sabe que la Verdad es como el
horizonte: nos dirigimos hacia él pero no lo alcanzamos jamás. No obstante, lo
que importa es el camino que recorremos para encontrarla. Alguien dijo una vez:
“conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Luego todo ser libre es,
por definición, un buscador de la Verdad.
El ser libre no sólo quiere el bien para sí mismo, sino que
quiere también que sus semejantes lo obtengan. Es consciente de todos los
males, de todas las injusticias del mundo, y considera un imperativo moral
aportar su grano de arena para paliarlos. Hay muchos frentes desde donde poder
eliminar las situaciones injustas; el ser libre elegirá siempre el frente para
el que esté mejor dotado de acuerdo a sus capacidades, porque sabe que ahí es
donde puede ofrecer una mayor cantidad de ayuda. Pero también sabe que los
remedios nunca deben imponerse, porque por encima de todo está el respeto a la
libertad de sus semejantes, que son libres para aceptar o rechazar la ayuda que
se les ofrece.
El ser libre es consciente de que la educación es una parte
fundamental en el desarrollo del ser humano, y también de que es un aspecto que
no se destaca lo suficiente en ninguna sociedad humana. Contempla entristecido
que lo que parece realmente importante para la mayoría de sus semejantes es
competir, aplastar al vecino, obtener poder, antes que recibir una formación
adecuada. Siempre que ha reflexionado acerca de cómo conseguir una sociedad
mejor, ha acabado llegando a la conclusión de que la educación es la condición
primera para llegar a formar a nuevas personas, que a su vez transformarían la
sociedad para hacerla más justa. Ya Platón, primero en “La República” y más
tarde en “Las Leyes”, hacía hincapié en la educación como el pilar básico para
crear una sociedad justa y equilibrada. Es una idea que ha calado hondo a lo
largo de la historia del pensamiento, pero que hace ya años que está perdiendo
peso.
Puesto que el ser libre se debe a la verdad (con minúscula)
para acercarse a la Verdad (con mayúscula), no duda en cuestionar incluso lo
que se considera “políticamente correcto”. Por ejemplo, en la política, no duda
en cuestionar seriamente el dogma que afirma que la democracia es el mejor
sistema político. Y más si se trata de sociedades heterogéneas, compuestas por
seres humanos muy diferentes en dotes y capacidades. La democracia tiene una
serie de peligros inherentes, como son la glorificación de la mediocridad, la
importancia del tráfico de influencias, el sufragio universal en manos de
mayorías incultas e indolentes y la esclavitud respecto a la opinión pública de
los dirigentes.
En lugar del axioma democrático “un hombre, un voto”, el
ser libre se plantea que aquellas personas que hayan prestado un gran servicio
a la sociedad podrían disponer de votos adicionales, así como aquéllos que
hayan contribuido más al erario público. Del mismo modo que se dan votos
adicionales, se suprime el derecho a voto en diferentes casos, por ejemplo
entre los anormales y los criminales. De todas formas, el ser libre es
consciente de que, para que este sistema funcione y solucione las carencias de
la democracia, tiene que haber unos mecanismos que decidan de forma honesta el
peso que cada ciudadano debe tener en una votación. Y no hay sistema honesto
sin personas honestas.
El ser libre es consciente también (aunque, al igual que
con la democracia, es políticamente incorrecto incluso el plantearlo) de que
debe llevarse a cabo una mejora física de la humanidad. No necesita más que
echar un vistazo para darse cuenta de que la fealdad, la deformidad y las
enfermedades tanto físicas como mentales abundan tanto en los países más pobres
como en el llamado “primer mundo”. Sabe que la ciencia es un medio valioso para
la mejora de la especie humana, pero sólo si va de la mano de la ética. El ser
libre no tiene reparos de hablar de la eugenesia, porque sabe que, bien
entendida, es totalmente opuesta a la praxis aberrante que se llevó a cabo en
su nombre en ciertos episodios tristes del siglo pasado, del que el holocausto
nazi es un triste ejemplo (si bien no el único). No se trata en absoluto de
ayudar a que los débiles perezcan, como afirmaba Nietzsche en “El Anticristo”,
sino de impedir que las taras físicas y psíquicas se perpetúen en la herencia
genética. En esto los avances científicos (sobre todo en la biología) nos
pueden ofrecer una inestimable ayuda.
Por otro lado, y aun admitiendo que la naturaleza no
reparte sus dones por igual entre los seres humanos, también es cierto que es
posible superar dones adversos y esa es una de las grandezas del ser humano. Un
animal enfermo y débil no tarda en sucumbir en la naturaleza. Un hombre puede
trascender sus enfermedades y sus desventajas y vivir una vida plena en
sociedad.
El ser libre no desprecia a los seres humanos más
desfavorecidos física o mentalmente, ni malgasta su tiempo ejercitando una
falsa compasión. No ayuda a personas de carácter débil, incapaces de salir de
sus problemas por ellos mismos debido a su propia pereza. El ser libre no ayuda
a quien no está dispuesto a poner de su parte para salir de una situación
difícil. Pero tampoco se encierra en una isla elitista, no permanece en una
atalaya desde la que mirar con condescendencia a sus semejantes menos
favorecidos. Disfruta de la compañía de otros seres humanos y asume que forma
parte de la gran familia humana. Sabe que, como persona esclarecida, su
obligación es conseguir que haya más como él, y hace todo lo que está en su
mano para conseguirlo.
El ser libre sabe que la igualdad no implica necesariamente
uniformidad, sino que en ella puede y debe caber también la diversidad. No es
necesario (es incluso perjudicial) que haya unidad de pensamiento (esto es,
pensamiento único) para eludir los enfrentamientos. Lo que sí es necesario es
que haya unidad espiritual, que los seres humanos se consideren iguales en
derechos y en obligaciones y en su condición de “humanidad”. El ser libre
considera que sería todavía más deseable que, además de verse como seres
humanos con igualdad de derechos, se vieran también como hermanos.
El superhombre no ve en la mujer el “reposo del guerrero”
sino su complemento. El superhombre no vive solo sino en pareja, y considera la
familia como la institución indispensable desde la que generar seres libres
responsables. Sabe que hombres y mujeres, aunque merecen el mismo respeto en su
condición de seres humanos, no son iguales: tienen diferentes dotes y capacidades,
que no por ello hacen a unos inferiores o superiores en sentido absoluto. La
clave está en alcanzar esa igualdad, pero sin dejar de tener en cuenta nuestras
particularidades y nuestras diferencias. Recordemos que la igualdad no equivale
necesariamente a uniformidad.
Es más: el ser libre es consciente de que es muy difícil
que hombres y mujeres se comprendan totalmente algún día, pero está convencido
de que, el día que hombres y mujeres trabajen codo con codo en lugar de
tiranizarse el uno al otro y obstaculizar el camino del otro, aunando
capacidades, el mundo dará pasos de gigante.
El ser libre lo es con sólo desearlo, con vivir según su
libertad responsable. Tenemos muchas herramientas para ser libres. Usémoslas y
el ser libre dejará de ser una rareza para llegar ser mayoría en la humanidad.
El día en que seamos conscientes del tremendo poder que tenemos, será el
comienzo de una etapa prometedora en la evolución de la humanidad. Una etapa
que ahora nos puede parecer utópica, pero en la que bien podría ser que el
capitalismo se haya vuelto ético y solidario, y fomente las iniciativas del
ciudadano individual, a la par que se toman medidas para la colectividad. Donde
la educación en la familia y en la escuela tendrá un valor capital. Donde el
trabajo haya dejado de considerarse algo alienante para pasar a verse como una
oportunidad de servicio a la sociedad. Donde la ociosidad, la pereza y la
riqueza inmerecida estarán mal vistas. Donde las personas dedicarán su ocio a
su realización personal. Donde se consiga la unidad necesaria para que todos
los pueblos avancen en la misma dirección.
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